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Un recorrido por el triforio de la Catedral de Santiago

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El triforio haciendo ángulo donde se unen los tramos norte y oeste, este último justo sobre el Pórtico de la Gloria, delimitando la nave central del cuerpo principal de la cruz latina que describe la planta catedralicia. FOTO: J. M. G.

JESÚS MANUEL GARCÍA. Iniciamos hoy un recorrido por el triforio de la Catedral de Santiago, es decir, la tribuna superior que recorre todo el templo sobre las naves laterales de la cruz latina que forma la planta de este monumento universal. Se trata de un paseo por un espacio sagrado y como tal, lleno de simbolismo. Esta carga simbólica se concentra de manera especial al inicio, porque este tiene lugar en los tres niveles que completan el significado del Pórtico de la Gloria. Es decir, la ruta comienza al nivel del pavimento de la Praza do Obradoiro, en la cripta del pórtico, un espacio interesante, oscuro, que representa el mundo humano, mundo y tiempo caducos en el que nos movemos, en el que transcurre nuestra vida. Aquí adquirimos las entradas y la visita comienza en una puerta lateral que, por una escalera, nos permite ascender a la luz, al pavimento de las naves de la basílica, donde se halla el Pórtico de la Gloria. Dejamos el mundo caduco para llegar a la escena del Juicio Final que a punto está de comenzar en este nivel.

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Escalera para subir a la tribuna de la catedral. FOTO: J. M. G.
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Por estos peldaños se accede a un mundo maravilloso, a parte de las entrañas de este complejo edificio que es la catedral de Santiago. FOTO: J. M. G.

Pero nosotros seguimos ascendiendo, por unos peldaños que son los del cuerpo inferior de la torre de la Carraca, la torre izquierda según miramos la fachada del Obradoiro. Por esas escaleras llegamos a la tribuna. Vemos una puerta que comunica con el palacio de Gelmírez y observamos cómo la escalera continúa hasta la cima de la torre.

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En este espacio se representa la gloria. Espacio lleno de luz y presidido por el Cordero místico que vemos en la clave de la bóveda. Es el tercer nivel de simbolismo del pórtico que se halla bajo nuestros pies. FOTO: J. M. G.
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La imagen muestra ese espacio superior sobre el pórtico, en el que se ve, a la izquierda, la parte posterior de la barroca fachada del Obradoiro, y a la derecha, lo que queda de la primitiva fachada románica. FOTO: J. M. G.
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Parte trasera del espejo de la fachada principal de la catedral, con la luz de la tarde. FOTO: J. M. G.

Nosotros nos quedamos en el nivel, decimos, de la tribuna, en un espacio justo encima del famoso pórtico. Aquí nos hallamos detrás del espejo de la fachada barroca, y ante la medieval, presidida por un gigantesto rosetón y rosetas que lo flaquean. Aquí hay más luz porque es precisamente en este espacio donde se representa la Gloria, pues en la clave de los nervios que configuran la bóveda campea el Cordero místico, símbolo de Cristo. Siguiendo el programa simbólico vemos la continuación de lo que abajo se nos narra y muestra. Desde aquí arriba podemos observar la nave central de la catedral, tan larga como es, con la armonía de pilares, arcos y capiteles que la van articulando. Y se comprende enseguida la alegría de la que hablaba el visitante medieval al subir a este lugar.

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El triforio, recorriendo la nave lateral sur. Su estructura recuerda una fachada de palacio real. FOTO: J. M. G.

Del tramo oeste, tras la fachada del Obradoiro, seguimos el recorrido en el sentido de las agujas del reloj. Ante nosotros tenemos el pasillo que vuela sobre la nave lateral norte de la catedral. En él se exhiben numerosas piezas de piedra, la mayor parte de ellas pertenecientes al coro medieval que tuvo el templo.

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La tribuna tan larga como la nave lateral sur que se ubica bajo ella. Por este pasillo caminamos en dirección Este. FOTO: J. M. G.

Piezas halladas en las obras realizadas en el obradoiro en los años ochenta del siglo XX. Incluso hallaron piedras que, al ser volteadas, tenían grabados, y otras piezas que en su día fueron utilizadas de relleno. No olvidemos que la catedral compostelana está levantada en un terreno en declive, siendo este mayor a occidente, justo donde terminan las naves. Precisamente se le dejaron los tres últimos tramos de esas naves a Mateo para que las prolongase en el punto donde mayor desnivel hay. Mateo resolvió el problema con una cripta en la que apoyar el pesado pórtico. También se conservan otras piedras que proceden de los remates de las torres.

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Colección de pieza pétreas procedentes del relleno del subsuelo de la catedral, que pertenecieron al coro mateano. FOTO: J. M. G.
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Elementos del coro que tuvo la catedral en la Edad Media, hoy reconstruido en el Museo por la Fundación Barrié. FOTO: J. M. G.
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Más detalles de piedras que por fortuna se conservan en esta zona alta de la basílica jacobea. FOTO: J. M. G.
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Otra parte de la colección. FOTO: J. M. G.

En estos tramos finales es donde se aprecia un mejor trabajo en el tratamiento de los capiteles, decorados con frondosidad vegetal, magistralmente tallados, pericia que se va perdiendo a medida que caminamos hacia la cabecera.

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Antiguo fuelle para poder tocar el órgano. FOTO: J. M. G.

Las vistas hacia abajo son espléndidas y muestran la belleza armónica de este interior catedralicio. Pasamos por debajo de una estructura que aguanta el antiguo fuelle del órgano del evangelio. Hoy los dos órganos barrocos están unificados y se tocan desde una consola instalada en la tribuna, al sur, junto a crucero. Otro detalle que advertimos es que al norte los vanos siguen dando luz, no así al sur, debido a que los tapa el edificio del claustro renacentista.

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Panoràmica del órgano colocado en el muro sur de la nave central, con sus castillos que decoran la caja, entre adornos barrocos y angelotes. FOTO: J. M. G.
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Un angelote toca la trompeta sentado en una esquina de la fachada del órgano del muro norte. FOTO: J. M. G.
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Otra vista del órgano del muro sur, tras el cual se halla la consola desde la que hoy se hacen sonar ambos órganos de la catedral. FOTO: J. M. G.

Los órganos de esta catedral están situados en los primeros tramos de la nave central y bajo ellos estaba el coro del cabildo. Ambos instrumentos fueron construidos entre los años de 1705 y 1709. Se sabe que sus autores fueron Antonio Alfonsín y Miguel de Romay y que en el diseño de estos grandes órganos algo tuvo que ver el entonces maestro de obras de la catedral, Domingo de Andrade.

A medida que vamos caminando por esta zona alta del interior de la basílica, nos encontramos con varios elementos artísticos de madera, procedentes de viejos retablos. Vemos incluso restos de las columnas salomónicas que formaban parte del antiguo retablo de la Capilla de las Reliquias, que están en el tramo oeste del brazo norte del crucero catedralicio. Las vistas hacia la nave son únicas.

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Vista del brazo sur del crucero de la catedral, desde la tribuna. En la tribuna de enfrente se adivina la consola del órgano. Todo es grandeza y armonía. FOTO: J. M. G.
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Desarrollo de la nave del transepto, de norte a sur. Al fondo, el acceso desde Platerías. FOTO: J. M. G.

Bajo el cimborrio pende la maroma de la que cuelga el botafumeiro, que está presente para perfumar el templo tras cada misa del peregrino. Es el Turibulum Magnum, como se le denomina en el Codex Calixtinus. Hoy la catedral tiene dos botafumeiros, uno hecho en latón en 1851 por José Losada, que es el que vemos volar por la nave del templo. De este hay una rèplica en plata que los alféreces provisionales regalaron al Apóstol en 1971. Se guarda en la Biblioteca del Cabildo. El momento en el que vuela es al terminar la misa. El arzobispo, el obispo o el sacerdote que preside coloca en el interior incienso, bendice el fuego y ocho hombres ponen en marcha este gran incensario que despierta emociones y flashes de devotos y turistas. Mientras el incensario vuela, suena el órgano y los fieles entonan el Himno al Apóstol Santiago. El aroma que desprende el incienso simboliza el buen olor de Cristo y el humo que desprende en sus recorrido, que asciende a la bóveda, alude a la elevación de la oración de los fieles.

Nuestro recorrido nos trae ahora al extremo norte de la tribuna, en el brazo correspondiente del crucero. Estamos detrás de la fachada de la Azabachería, ejemplar neoclásico de Lucas Caaveiro. Por un vano convertido en puerta salimos a una pequeña terraza que nos sitúa ante la entrada, bajo nuestro pies, a la capilla de la Corticela. A la izquierda vemos la estampa monumental de San Martiño Pinario y la Praza da Inmaculada. Vemos, en definitiva, el esplendor de Compostela, que se nos muestra de mil maneras.

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Detalle neoclásico lateral de la fachada norte de la catedral. FOTO: J. M. G.
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La grandeza de la mole que forma la fachada del monasterio de San Martiño Pinario, al norte de la basílica, con la Praza da Inmaculada. FOTO: J. M. G.
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Detalle de la cabecera románica de la catedral, la zona más primitiva, pues por aquí se comenzó a edificar el templo. Apréciese el nivel de los vanos de la girola y el primer vano lateral que vemos de frente. Se nota un cambio en el modo de edificar. A lo lejos sobresale la Torre del Reloj. FOTO: J. M. G.
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Observamos el exterior del muro oriental del brazo norte del crucero. AL fondo arranca la cabecera de la catedral, que hace ángulo recto con este primer muro del que hablamos. FOTO: J. M. G.

Entramos de nuevo y por la tribuna continúa nuestro periplo, viendo ahora la capilla mayor. Otro espectáculo sin par.

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Perpectiva de la capilla mayor desde la tribuna. Derroche barroco cargado de mensaje. FOTO: J. M. G.
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Otro detalle, viéndose parte del cimborrio así como de la estructura metálica que sostiene el mecanismo del Botafumeiro. FOTO: J. M. G.
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Al detalle observamos el deficiente estado de las pinturas que decoraban en otro tiempo la bóveda sobre la capilla mayor. FOTO: J. M. G.
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En este espacio todo es envoltorio de dorados, curvas y contracurvas, retorcimiento propio de un estilo que refleja el pensamiento de una época, y el refuerzo de un mensaje para defender no solo la doctrina de la Iglesia sino el patronazgo del Apóstol sobre España. FOTO: J. M. G.

El aparato barroco que es el baldaquino no luce como debiera su gran empaque debido al reducido espacio en que se halla. En 1643 el Cabildo quiso efectuar una reforma en la capilla mayor y así, cinco años después, pidió trazas a dos maestros de la Corte. Los canónigos buscaban dotar al templo de un retablo de plata para colocar bajo el tabernáculo que tenía dicha capilla. A esto se opuso el canónigo Vega y Verdugo, que quería evitar la rigidez de un retablo en un sitio como ese de la capilla, prefiriendo algo más dinámico y aéreo. De ahí salió la idea de colocar un baldaquino, de claro influjo italiano, siendo sostenido en Santiago por cuatro ángeles tenantes. Aquí trabajaron, entre otros artistas,  Francisco de Antas Franco o Bernardo Cabrera, entalladores, pero también se contó con el servicio del madrileño Pedro de la Torre. Aquí se evidencia una conexión con la Corte. Hacia 1665 comenzó a trabajar en este proyecto el maestro Domingo de Andrade, dotándo al baldaquino de ornamentación naturalista, en definitiva, que fue quien captó a la primera la idea que buscaba el canónigo Vega y Verdugo. Y así se creó el baldaquino, rematado en una pirámide hueca. Influencia de este en Galicia la tenemos, del mismo autor, en la capilla del Santo Cristo de la catedral de Ourense.

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Junto a Santiago a caballo, la Fotaleza y más allá la Prudencia, que porta en su mano una serpiente y un espejo. FOTO: J. M. G.
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La Justicia que aquí no está con los ojos vendados sino que porta una balanza y una espada. Se haya en la parte trasera del baldaquino. FOTO: J. M: G.
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El Apóstol, rodeado de los monarcas que estuvieron relacionados con la catedral. FOTO: J. M. G.
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Otra virtud, la Templanza, que porta una jarra de vino. FOTO: J. M. G.
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Ático del baldaquino-retablo del Apóstol. Culmina con la estrella jacobea, que está simbolizando que, en línea recta hacia abajo, se halla el sepulcro del amigo de Jesús. FOTO: J. M. G.

A medida que vamos dando la vuelta a la capilla mayor, la tribuna no es menos interesante. Vanos más reducidos y bóveda de medio cañón, que muestra que esta técnica tuvo su repercusión años después en la cabecera de la iglesia monacal de Oseira.

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Aspecto de la tribuna al bordear la capilla mayor. Un detalle que se aprecia en todo el recorrido es el mal aspecto que ofrecen las bóvedas de la basílica. FOTO: J. M. G.

Otra salida desde la tribuna al exterior es posible en este recorrido. Tiene lugar en el tramo oriental del brazo norte del crucero. Accedemos a otra terraza que nos lleva directos al balcón del Rey, que da a la Praza da Quintana. Al asomarse la vista es puro arte y el visitante queda sin palabras. Vemos asimismo la torre de reloj, con el apostolado pétreo que tiene a esa altura, y que no se ve desde la calle.

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He ahí el balcón real, que nos permite asomarnos al espectáculo espacial que es la Quintana. FOTO: J. M. G.
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Aquí se ve parte del cierre barroco que levantó el canónigo Vega y Verdugo en el XVIII para dar otra imagen a la cabecera del templo y ocultar las estructuras medievales de la cabecera. FOTO: J. M. G.
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Estampa de la Quintana, con el sol del atardecer. FOTO: J. M. G.
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Apostolado en la Torre del Reloj, que no se ve desde el nivel de la calle. FOTO: J. M. G.
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Y por si fuese poco, el aliciente de contemplar esta otra postal, la Praza de Praterías. FOTO: J. M. G.

Volvemos al interior de la basílica para terminar nuestro recorrido aunque aún es preciso recorrer el tramo oeste del brazo sur del crucero y el sur del cuerpo principal de la catedral para llegar al punto de partida. Las vistas de las naves se van sucediendo y ya no se sabe cuál es la mejor perspectiva para apreciar la envergadura de este gigantesco santuario relicario, nada menos que uno de los tres grandes centros de peregrinación cristiana del mundo.

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Mirando hacia el norte, por toda la nave del transepto catedralicio compostelano. FOTO: J. M. G.

En todo el recorrido queda patente el deficiente estado en que se encuentran las bóvedas de las naves de la catedral compostelana. Se está actuando según el nivel de urgencia, de ahí que ahora las obras se concentren en la fachada del Obradoiro y en el Pórtico da Gloria. En el año 2077, se celebró un congreso internacional de restauradores de catedrales, en la ciudad de Burgos. Allí pudimos comprobar cómo el arquitecto de la catedral hizo un repaso del cúmulo de problemas que presentaba y presenta este templo, muchos de ellos debidos a las humedades, acentuadas con todo el plan de restauración de décadas pasadas que opto por recubrir las bóvedas con hormigón. La acumulación de humedades no se hizo esperar con el paso del tiempo. Tal era la situación delicada de este edificio que muchos congresistas se quedaron altamente preocupados al ver la cantidad de achaques de la basílica compostelana.

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Dos arcos fajones en la bóveda de medio cañón vistos desde la tribuna de esta catedral. FOTO: J. M. G.

En la tribuna se conservar también los gigantes y cabezudos que salen por las calles de la ciudad anunciando la fiesta del Apóstol. Estos personajes, que son rígidos y de gran dimensión, se descienden a la nave de la catedral mediante una cuerda que se halla en uno de los pilares más próximos al Pórtico da Gloria. Hemos visto capiteles con ornamentación fitomorfa que se hacen más complejos y de mayor calidad a medida que avanzaban las campañas constructivas hacia los pies del templo, es decir, hacia occidente. También encontramos algún capitel zoomorfo como el de la loba que amamanta a sus crías. Lo vemos aquí, se transmitió después a otros templos y así el mismo tema se halla en la fachada de la excolegiata de Xunqueira de Ambía y en la de la iglesia de San Pedro de A Mezquita, en el también concello ourensano de A Merca. La loba amamanta a Rómulo y Remo, los fundadores de la ciudad de Roma. La presencia de la loba dando su leche a las crías en un templo cristiano medieval nos está indicando la ciudad eterna, Roma, en la que está la sede de Pedro, la sede de la Iglesia.

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Las lobas amamantando a sus crías aluden a Roma. FOTO: J. M. G.
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Arcos peraltados que forman la arcada divisioria de las naves, con pilares compuestos de núcleo cuadrado unos y circular otros, alternando y dotados con las columnas que recogen los diversos arcos de cada tramo. estos arcos influyeron sobremanera en los que cumplen la misma función en el transepto de la catedral de Tui, aunque estos últimos con menos luz. FOTO: J. M. G.
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Perspectiva del muro norte de la nave central, arcada, triforio que forman un conjunto noble en el que el románico se vuelve perfección tras tantos ensayos habidos a lo largo del Camino en mil y una iglesias y catedrales. FOTO: J. M. G.
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La luz vespertina crea esa magia de misterio en la catedral. Las luces todavía no se encendieron para la misa del peregrino, a las siete y media de la tarde. Gentes de hoy que siguen la estela de tantos millones de personas a lo largo de un milenio. FOTO: J. M. G.

En el Códice Calixtino se habla del monje Aymeric Picaud, un peregrino del Poitou que visitó Compostela en los años medios del siglo XII, quedando fascinado por la maravillosa obra de la catedral. Fue él quien dijo aquello de «quien recorre por arriba las naves del triforio, aunque suba triste, se vuelve alegre y gozoso al contemplar la espléndida belleza del templo«. Eso hemos hecho. Y a buena fe que es verdad. Una emoción que no tiene explicación.

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Allá al fondo, el punto de referencia de toda la catedral, el lugar donde se venera a Santiago, sobre el edículo donde permanece la pequeña arca de plata que, según reza la tradición y el Cabildo confirma, yace Jacobo, hijo del Trueno, amigo del Señor. FOTO: J. M. G.
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