JESÚS MANUEL GARCÍA. Coronando el crucero de la catedral está el cimborrio, la obra más llamativa del exterior del edificio. Si sorprende su belleza desde el nivel de la calle, cuanto más al estar nosotros a su propio nivel. Es un edificio que, tanto al exterior como al interior, muestra un buen hacer del arquitecto, que no obvió detalle alguno para aportarle esbeltez y decoro. Este elemento constructivo tiene planta octogonal y su función principal es iluminar el interior catedralicio cual linterna (los ingleses le llaman a esto Lantern Tower) y para dar prestigio a la catedral, amén del simbolismo que este elemento encierra, que no es poco.
Su autor fue Rodrigo de Badajoz, que pertenecía a una familia de arquitectos que trabajaban en el León del siglo XV. Del estudio de este arquitecto se encargó María del Camino Gutiérrez López, (publicado en el Boletín Auriense, T-XXXVI, año XXXVI, Ourense, 2006). Autores como Merino Rubio aprecian en esta obra vestigios mudéjares, lo que lleva a pensar que el arquitecto posiblemente se formó en algún lugar de España en el que el estilo gótico estaba en contacto con antecedentes mudéjares, indica Gutiérrez.
El arquitecto fue nombrado maestro de obras de la catedral a finales del XV y el cabildo le encargó construir un cimborrio. El acuerdo se rubricó en septiembre de 1498 y Rodrigo empezó su empresa al año siguiente, rematando la obra en 1505. Es posible que dos años antes de esta fecha la obra ya estuviese terminada o casi terminada porque Sánchez Arteaga nos cuenta que el cabildo nombró a Juan Díaz como “corredor del incensario”, que sería parecido al de Santiago, lo cual todo hace pensar que incluso antes de tener este cimborrio, la catedral ourensana ya disponía de botafumeiro.
Observando el cimborrio por fuera y por dentro salta a la vista el estilo hispano-flamenco bien conocido por Rodrigo de Badajoz. En el exterior presenta tres cuerpos, dos de vanos que dejan pasar la luz al interior del templo, y el tercer nivel, de arquillos que coronan la obra, rematada en una terraza que así estuvo hasta la restauración de Pons Sorolla, en que se le colocó una cubierta de modo que la terraza quedó anulada convirtiéndose en un espacio bajo cubierta.
El cuerpo inferior es más alto que los dos siguientes. Vemos una cuerda entrelazada que marca la separación de dicho cuerpo con los superiores. Este efecto de la cuerda es muy llamativo y estaba de moda en su época, posiblemente debido al influjo del tardogótico que se realizaba en Portugal, el conocido estilo manuelino, en el que el empleo de la soga como elemento decorativo es omnipresente. Si nos seguimos fijando bien, veremos que los vanos inferiores obedecen al estilo flamígero, lo que no encontramos en los del tercer nivel, que podrían pasar por vanos de una fortaleza. Cuando nos situamos a los pies de este gran octógono en las cubiertas de la catedral, no deja de brindar un aspecto de cierta pesadez contra la que su autor luchó descendiendo cuerpos o añadiendo los ocho pináculos superiores.
El empaque de este elemento constructivo en el centro de la cruz que forma la planta de la catedral se ve reforzado en sus ángulos con ocho pilares que lo refuerzan y en cuya parte central muestran una moldura que los recorre hasta que termina en otra que sobresale, a la altura del segundo cuerpo, coronada por dos elementos decorativos cada una. Si nos fijamos bien, un poco más arriba, de cada pilar parten gárgolas, en total ocho, elementos decorativos muy utilizados en la arquitectura gótica. En la catedral ourensana se ven otras gárgolas más grandes, al exterior de las naves laterales y en la fachada occidental. El citado pilar continúa ascendiendo hasta rematar convirtiéndose en pináculo que a su vez se corona con bolas sobre un elemento liso.
Cada cara del octógono se culmina con una crestería con doble nivel de escamas, lo que es motivo suficiente para hacernos pensar en ese grupo de edificios medievales conocido como las catedrales del Duero: pensemos en los cimborrios de Zamora, Salamanca y en el de la colegiata de Toro. Sobre esas escamas o elementos gallonados se ven pináculos pequeños que, como demuestra nuestra mirada, no consiguen eliminar la pesadez de la obra, quizás necesitada de mayor verticalidad.
En los pies del exterior del cimborrio se ve un canalillo pétreo que lo recorre, y que pasa a través de los pilares mediante unas hoquedades, diseñado para recoger las aguas. Cierto es que observando el exterior el efecto sorpresa está sin duda reservado en su interior, donde realmente se puede asegurar que el trabajo desarrollado por el arquitecto ha sido el de una filigrana similar a la del orfebre, pues tanta es la riqueza ornamental conseguida con el trabajo de un material tan duro como nuestro granito.
Para acceder al interior buscamos el husillo de la escalerilla de piedra que nos permite llegar a los dos niveles internos del cimborrio, a diferencia del exterior. El husillo se cierra con una verja. Se ubica entre el ángulo que forma la capilla mayor de la catedral con el brazo norte del transepto. En esa zona hay, literalmente, que subirse a los pies del cimborrio y desde ahí entrar. Al traspasar la estrecha puertecilla de rejas metálicas, vemos unos pequeñísimos y oscuros peldanos, a nuestra izquierda que, de momento no vamos a utilizar. Permanecemos en ese nivel de los pies del cimborrio para abrir otra pequeña puerta de madera, que nos asombrará por lo que nos permite contemplar su traspaso. Nos hallamos en una de las zonas más peligrosas de la catedral.
A más de 19 metros de altura y, al asomarnos al estrecho pasillo o ándito que recorre ese nivel, protegido por una baranda de madera, no se puede evitar la sensación de vértigo al mirar hacia abajo. Moverse por el estrecho pasillo no es fácil puesto que en los ocho tramos interrumpen el paso varios focos que iluminan el interior de esta magna obra en la noche.
El pasadizo atraviesa en cada uno de los ocho ángulos unos estribos de piedra perforados para permitir el paso. Pronto vemos la transición maravillosa del espacio cuadrado, propio del crucero catedralicio, con sus cuatro pilares torales robustos que aguantan el peso del cimborrio, al octógono. Decimos que se pasa armónicamente del espacio cuadrado al octogonal, en el que ahora nos hallamos, gracias a la presencia de cuatro grandes trompas que facilitan la citada transición geométrica. El lenguaje que se nos propone en este interior no es otro que el gótico. Si miramos a nuestro alrededor, el vértigo se mitiga, de repente, con el arte e ingenio desplegados por Rodrigo de Badajoz.
Desde el nivel en que nos hallamos requiere nuestra atención la banda ornamental que recorre el octógono bajo nosotros que va entremezclando una decoración geométrica y vegetal y la superior, que también se divisa desde el pavimento de la catedral. En el segundo nivel interior del cimborrio hay otro pasadizo con una banda ornamental más discreta que la anterior, muy similar a otra que recorre la parte inferior del primer cuerpo.
El pasadizo del primer nivel se cubre con arco escarzano, ocho en total, que a su vez soportan el pasadizo del nivel superior. Están decorados en puntas diamante, un elemento, por otra parte, que no falta en otras zonas de este gran templo.
Mirando hacia arriba también vemos que la balaustrada de segundo piso es menor que la del primero. Todo este espacio singular queda coronado con una bóveda de estrella espectacular, obra maestra del autor, cuyas trazas, según Gutiérrez, recuerdan la elegancia artística del Islam.
Dicha bóveda se apoya sobre los ocho remates de los estribos de los ángulos de los que parten los nervios que se irán entrelazando hasta formar una estrella de doce puntas e, inscrita en esta, otra de ocho puntas cuyos nervios convergen en una clave central. Pero esto no es todo. A esta altura podemos ver, además, que no solo destaca el juego de nervios sino la colocación o disposición de los bloques de piedra que forman la plementería, que de igual modo proporcionan ritmo al conjunto.
Bajo el pasadizo o ándito del primer nivel hay ángeles que decoran los ocho lados del octógono; en cuatro tramos de la balaustrada se disponen otros tantos apóstoles, estando los otros ocho ubicados en cada estribo. En teoría se esperaría que este grupo apostólico estuviese tallado al estilo del momento, es decir, renacentista mas lo que prima es el aire gótico todavía e incluso, observando bien las esculturas, cierta reminiscencia mateana. Lo apreciamos en las vestimentas y en los rostros y manos, rígidos.
Debajo de cada una de las cuatro trompas que aguantan el cimborrio hay cuatro ángeles trompeteros muy expresivamente ubicados porque están marcando el paso, la transición, de este mundo caduco al celeste, al divino, ubicado más allá de ese retorcimiento o giro del cuadrado que pasa a ser octógono antes de llegar al círculo.
Volvemos al husillo y nos disponemos a subir al segundo nivel. Todo es oscuro, muy angosto, lo que no evita mancharse de polvo o incluso de telarañas. Así alcanzamos el ándito del segundo nivel. Estamos a mayor altura, más de 20 metros sobre el pavimento de la catedral, pero la belleza presentada compensa cualquier angustia. Los vitrales de luz blanca provocan sensaciones varias y hasta juegos de luz con sus reflejos, especialmente por efecto de la luz del atardecer, que llena de elegancia este singularísimo espacio “aéreo” de la catedral. Luz, belleza e ingenio en las alturas, como si nos saliésemos de la catedral sin dejar de hallarnos en su interior.
Los reducidísimos peldaños de caracol, en los que apenas cabe todo el pie, aún permiten ascender al tercer nivel exterior, el extradós de la bóveda, ahora a modo de desván oscuro por el ya mencionado efecto de cubrirlo para mejor protección de los efectos de la meteorología. El polvo y cualquier incomodidad pasada para moverse en este elemento gigante de la catedral son cuestiones baladí enfrentadas ante tanta belleza y perspectivas que se obtienen desde este cielo de la casa del señor Martiño.
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