JESÚS MANUEL GARCÍA. Subimos a la torre de las campanas del monasterio cisterciense de Santa María de Oseira, en el ourensano municipio de Cea. Nuestro recorrido no está abierto a las visitas por la peligrosidad que reviste, además de hallarse en una zona no accesible al público en general. No obstante merece ser contado. Se trata de la torre que, al contemplar la fachada de la iglesia monacal, se halla a la derecha. Presenta una escalera junto a la entrada del templo, que da acceso a una puerta ubicada en la parte inferior del cuerpo de dicha torre, sobre la cual se suceden dos ventanas del mismo tamaño que la inferior. La torre gemela carece de esa escalera pero observando el muro todo parece indicar que en algún momento la tuvo también.
Por la mencionada escalera no se sube ahora al campanario de Oseira. Si traspasásemos esa puerta accederíamos al cuerpo bajo de la torre sin más, ya que desde él no se puede seguir subiendo debido a que tiene una placa que lo cubre, agujereada para el paso de las cadenas que permiten tocar las dos campanas. Entonces, ¿por dónde se sube? Es menester entrar en el monasterio y subir al primer piso del claustro de Medallones, justo donde se halla, a los pies de la iglesia medieval, el coro alto de los monjes. Ante el acceso a esta zona de oración está la puerta que da paso directo al interior de la torre. Al abrirla, pasamos a un espacio iluminado por la segunda ventana que vimos en la fachada. Tiene aspecto de trastero.
Una escalera de peldaños de piedra metidos en el muro y protegida por una barandilla de madera, asciende paralela a las cuatro paredes del hueco, sin pisos intermedios. Los escalones se ven, mirando a lo alto, y se funden en una semioscuridad. El hecho haber un pasamanos rústico, que se mueve, da cierta seguridad, mitiga un poco el vértigo.
A medida que vamos subiendo alcanzamos la tercera ventana, que tiene un saliente dentro del muro, a modo de parladoiro, solo que aquí sin asiento de ninguna clase, porque nunca fue sitio para estar y conversar. Desde sus cristales ya se nos presenta otra perspectiva interesante de la fachada del monasterio.
Continuamos subiendo por el muro norte, luego por el este y sur hasta que alcanzamos el nivel del campanario, no sin antes abrir una puertecilla metálica y de cristal que hay que cruzar agachados. El viento sopla fuerte en el campanario. Nos encontramos ahora en un amplio espacio cuadrangular, con cuatro grandes huecos para campanas, existiendo dos, una al oeste y la otra al este. Los muros son gruesos y presentan zonas con musgo.
El suelo no es llano pues sus piedras forman una V y presentan musgo, además de ramas secas, algunas tejas y hasta una pequeña antena de televisión. Un sistema de pequeñas ruedecillas permite deslizar los cables desde abajo para hacer sonar los bronces, que a la vez disponen de un sistema de martillo eléctrico. Este cuerpo de campanas impresiona porque es amplio y al levantar la vista se ve cubierto de piedra, formando en el techo al centro un hueco cuadrado que deja ver el interior del cubo superior o linterna. Desde el hueco del este podemos abarcar las cubiertas de la iglesia cisterciense, con su cimborrio, contrafuertes, además de las cubiertas del claustro de los Medallones y, un poco más allá, el de los Pináculos.
Por el hueco del norte vemos la estructura arquitectónica de los pies de la iglesia en su unión con el hastial que corona la fachada de esta y, justo enfrente, la torre norte, gemela de la que nos acoge, sin campanas, pero que contiene un par de altavoces para el sonido electrónico del reloj. Por el hueco de occidente, bajo la gran campana, se nos presenta, allá abajo, el edificio de la escuela y la fachada principal del monasterio con su estatuaria coronándola, con imágenes de los santos Benito, Roberto, Alberico y Esteban, entre las que sobresale la de la Esperanza, en cuya mano izquierda agarra un ancla, estatua situada en lo más alto del eje central de dicha fachada.
Más allá se divisa la nave de la vaquería monacal y el bosque de intenso verde que rodea este idílico lugar tan cargado de historia y de arte. Si el día está claro, desde el hueco sur de la torre en que nos hallamos es posible divisar, a lo lejos, la villa de O Carballiño.
Las dos torres se componen de sendos cubos decrecientes, luciendo el primero dos pares de pilastras seudodóricas a cada lado del hueco y una sola a cada lado del hueco del cubo superior. Estas torres lucen tres niveles de balaustradas, el primero que parece formar un pasadizo entre ambas, lo que no es posible realizar hoy; el rodea el cuerpo superior y el tercero decora el remate piramidal octogonal de este. Los huecos de las torres presentan arcos de medio punto.
Torres y fachada de la iglesia nos llevan hasta el siglo XVII, cuando la comunidad de monjes decidió sustituir la fachada medieval del templo por otra a la moda del momento. Se supone que la fachada antigua dispondría de un gran rosetón sobre la puerta, elemento típico en los templos primitivos del císter, pensemos en Armenteira o en la iglesia de Meira. Las obras debieron comenzar hacia el año 1637, bajo el mandato del abad Fray Dionisio Zimbrón, señala el padre Damián Yáñez. La fachada de la iglesia consta de tres calles, dos que se corresponden con las torres y la central, más ancha, que acoge el portal.
Las obras se desarrollaron entre los años 1639 y 1647 y las trazas, tal como estudió el profesor Javier Limia, especialista en este monasterio, son del maestro Alonso Sardiña, de Salamanca. El responsable de llevar a cabo la obra fue Miguel Arias da Barreira. Los tres cuerpos verticales presentan la piedra colocada al modo almohadillado. En el central vemos el rectángulo que forma la puerta de entrada, flaqueado por dos pares de columnas de fuste liso, que a su vez enmarcan sendas hornacinas en las que se hallan las estatuas de San Benito y San Bernardo.
En la parte superior de la puerta sobresale otra hornacina para mostrar la imagen de la Asunción, a cuyos lados se observan dos pilastras con estrías, todo ello coronado con frontón curvo. Sobre este frontón hay un gran ventanal que ilumina la iglesia y a ambos lados campean los escudos de la Congregación de Castilla y del Monasterio. Este cuerpo central se remata con un frontón curvo partido para acoger en el centro un edículo también coronado por frontón curvo, edículo que contiene el escudo de la monarquía española, obra del hijo de Francisco de Moure, artista homónimo, en 1646, dice Miguel Ángel González. Fray Damián Yáñez escribió que esta fachada de la iglesia ursariense tiene gran parecido con el Colegio del Cardenal en Monforte. No le falta razón.
El descenso de la torre de las campanas lo hacemos a paso lento, pues no nos podemos permitir poner mal el pie en cada escalón. En lo más alto, uno de estos elementos es tan estrecho que solo se puede apoyar en él la punta del zapato. Mejor dar un paso más largo para, con la debida precaución, alcanzar el siguiente peldaño.
La luz natural se va haciendo de nuevo a medida que bajamos. Hemos disfrutado con unas perspectivas nuevas y exclusivas del gran monasterio de Oseira. Hemos visitado una parte de este gigantesco monumento que es cual libro interminable por la cantidad de conocimiento que aportan sus piedras en los muros de toda esta estructura levantada a lo largo de los siglos por los monjes que un día se fijaron en estas tierras lejanas bañadas por el río Ursaria, en tierra de osos. Los que timbran el escudo del monasterio, oasis de paz y de belleza escondida en el número.
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