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Un concierto glorioso en el medio siglo de la Barrié

   JESÚS MANUEL GARCÍA

El pasado miércoles 23 de noviembre, con motivo de la celebración de los 50 años de la Fundación Barrié, se celebró en la Catedral de Santiago un concierto a cargo de Carlos Núñez. En él rindió homenaje sonoro al Pórtico de la Gloria. Cuando la oscuridad gélida acariciaba los tejados compostelanos y el Obradoiro lucía un gris acentuado por los focos que disparan su luz hacia la fachada occidental catedralicia, la expectación era máxima en el interior del templo. Quienes ese día habíamos asistido en la sede de la Fundación, en A Coruña, a la VI Conferencia General de la Asociación Española de Fundaciones bajo el lema El mundo que nos espera, teníamos este concierto incluido en el programa, para poner el broche de oro. Nuestra visita a la metropolitana y apostólica catedral comenzó en el Pórtico de la Gloria, con un recorrido guiado a su delicada labor de restauración. La espectacularidad de las imágenes talladas por Mateo y su taller se refuerza cuando nos ponemos físicamente al mismo nivel en el que están, a la misma altura, gracias a la estructura del andamiaje. El Santiago que preside el parteluz es, si cabe, más humano visto a su altura que desde abajo. La textura del rostro, la mirada, todo el conjunto es otro. Impone. Se torna en agradable sorpresa fruto de la nueva perspectiva. Es, como si por aquellas escaleras metálicas bajasen al pavimento de la catedral los instrumentos medievales del Pórtico para sonar alegres, solemnes, llenando el espacio de las naves románicas de belleza invisible que desborda el sentido del oído. De hecho, junto a la gaita tocada por Núñez, sonaron esos instrumentos en sus réplicas tan exactas.

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    El frío reinante en las naves se llevó bien con el calor del arte mostrado. Como entrante, la primera composición interpretada data del siglo X y está atribuida a San Pedro de Mezonzo. Nos referimos, claro, al Salve Regina. Carlos Núñez hizo hablar al instrumento dulcemente acompañado por el suave murmullo del órgano, mezcla que brilló dada la buena sonoridad que ofrece el templo. El vello se erizaba y no era precisamente por frío. Fue una noche para recrearnos con música de los últimos mil años, propia de Galicia, también de esta catedral compostelana. Música medieval y de los siglos XVII al XIX.

    No menos bella fue la interpretación Congaudeant Catholici, que campea en las páginas del Códice Calixtino, del siglo XII, libro que contiene ejemplos de organum melismático, es decir, cuando a una voz principal se le contraponían varias notas que si bien al principio eran pocas, acabaron formando melismas duraderos. Estos provocaron el desarrollo o crecimiento de la composición musical de la época. Sonó grandioso este conductus a tres voces, escrito por el magister Albertus Parisiensis, canónigo de la Catedral de París. Música escuchada bajo las bóvedas compostelanas, embelesados con su arquitectura románica fundida en arcos de medio punto, pilares compuestos que alternan con gracia y la vigilancia permanente del triforio. El follaje de los capiteles por momentos parecía mecerse ante la brisa de encanto que recorrió aquella arquitectura. Y en medio, poniendo orden, sobre la orquesta, el botafumeiro impasible lo presidió todo.

    Del mismo siglo y libro sonó el canto de Ultreia Dum Paterfamilias, el más antiguo canto de los peregrinos a Santiago. Se cree que es una pieza anterior al Calixtino, al cual está cosida. Es un canto monódico con notación aquitana y carece de claves, líneas ni elementos que le aporten precisión en el tono, de ahí la dificultad de interpretarlo. Sonó inmenso, vibrante, desbordante de emociones. Sonaron, decimos, todos los instrumentos que en el Pórtico vemos. Incluidas dos trompas de sus ángeles, también reproducidas y que contribuyen con poderío en algunas partes de este canto. El público que llenaba el templo no daba crédito. Entre este estaban el presidente de la Xunta, Alberto Núñez; el deán de la Catedral de Santiago, Segundo Pérez y el presidente de la Fundación Barrié, José María Arias. Divertimento pleno, gozo difícil de verbalizar. A Manuel Murguía y a Cabanillas se le atribuye la letra del Romance de Don Gaiferos, con música de Faustino Santalices sobre piezas tradicionales. Por si fuese poco, otro punto fuerte para el programa de la noche, enriquecido y de qué manera, estaba en las Marchas de las chirimías propias de las catedrales de Santiago, Tui y Lugo. Sonó también el olifante, cuerno de elefante tallado para usar como instrumento de viento. El de la Catedral de Santiago data del siglo XV. Sorprendió ciertamente al público.

    En un concierto medieval no podía faltar la elegancia de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio, datadas en el siglo XIII. Estas composiciones, según las investigaciones, no parecen todas de la misma mano y se cantaban por cantores de la corte especialmente en las festividades de Santa María. Claro, disfrutar aquellas notas y voces en un espacio tan universal como el templo del Apóstol Santiago, impresiona aún más sobre todo si nos ponemos a pensar en la larga y riquísima historia que esconden aquellos muros de granito y todo el ingenio humano allí desplegado por siglos. Con Carlos Núñez tocaron setenta músicos y cantaron los infantes del Coro Cantabile de A Coruña, dirigido por Pablo Carballido del Camino. Participó la Banda de Gaitas Xarabal, creada en Vigo bajo la dirección de Antón Corral. Otra sorpresa fue la composición Diferencias sobre la Gayta, anónimos de los siglos XVII y XVIII para luego dar paso al bellísimo Villancico de Mondoñedo, de la autoría del Maestro Pacheco, de la catedral mindoniense, compuesto en el primer tercio del siglo XIX. Aquí se demuestra una vez más la belleza y poderío musical que se conserva en esta catedral del norte de Galicia, allá, en esa Última Bretaña de la que habla el amigo Ramón Loureiro.

    El concierto acabó con la conocida y no menos impresionante Marcha do Antigo Reino de Galicia, pieza tan solemne como llena de justo orgullo. Con Carlos Núñez tocaron los demás músicos, y en un derroche inigualable de embrujo, a medida que la interpretación iba in crescendo, los gaiteros de Xarabal desfilaron por las naves de la catedral tocando, para colocarse a ambos lados del crucero. Se cortaba la respiración con la atención y las emociones rendidas ante tan monumental interpretación. Como si se elevase la presión que a punto estuvo de hacer estallar el edificio. El público se puso en pie a propinar una larga ovación ante tan magnifica velada. Hasta el botafumeiro parecía brillar más, como si él tampoco pudiese seguir pendiendo de la maroma por mucho tiempo más. Y es que faltan palabras para ajustar con ellas el ambiente que se vivió en este concierto. La belleza invisible de la música perfumó con sus acordes la catedral. Más de mil años en piedra que sin duda habrán escuchado la caricia sonora de todas estas composiciones o casi todas a lo largo de la historia de Galicia, de Santiago. Pero bien seguro que nunca habrán recibido un soplo armónico y dulce como fueron esas melodías vestidas con los instrumentos que por siglos tocan los ancianos del Apocalipsis inmortalizados en el Pórtico compostelano: arpa y rota, organistrum, fídulas, viola de gamba, viola de ocho, trompas y cornamusa, laúd, percusión, gaitas…

    Cuando salíamos maravillados de aquella experiencia cual catarsis, en la escalinata de Platerías otra fila de ciudadanos esperaba su turno para la segunda función. Rasgaba el frío nocturno el sonido grave y todopoderoso de la Berenguela. Tras el espejo refulgente del Obradoiro, dejamos atrás la magia de una cita sublime. Es lo que tiene Compostela. ¡Vaya obsequio de aniversario de la Barrié!

 

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