JESÚS MANUEL GARCÍA. Subiremos hoy hasta lo más alto de la torre de la catedral metropolitana de Valladolid. Este recorrido vertical tiene una tarifa de 5 euros y se hace acompañados de un guía turístico de la propia catedral. Para acercarnos al ascensor, hemos de entrar por la puerta sur, reconstruida en los años 60 del siglo XX y que, si la catedral estuviese terminada, nos permitiría acceder la crucero del que carece. Traspasamos este monumental pórtico y llegamos a un estrecho pasillo quebrado que nos lleva directamente a la cabecera de la nave lateral sur de la basílica. Nos dirigimos al mostrador donde se venden las entradas y, desde allí, a la hora convenida, caminamos hacia la primera capilla de la nave sur, a los pies del edificio, la de San Miguel. Es la primera capilla que encontraríamos, si entrásemos en la catedral por la portada principal, mirando a mano derecha.
Al entrar en la capilla llama la atención una maqueta, no exacta, de tan monumental catedral, fruto del ingenio de Juan de Herrera, que fue realizada recientemente pero que sirve para que los visitantes se hagan una idea del proyecto primitivo que por falta de dinero se quedó a medio hacer, pues solo tiene las tres naves que llegarían al crucero, lugar donde hoy está la cabecera del templo.
A la derecha, entrando en esta capilla, hay una puerta que nos permite alcanzar el ascensor para subir al primer piso de la torre, ubicado en el segundo cuerpo. Es ese volumen cuadrangular que sobresale por tener cuatro vanos gigantes con arcos de medio punto. Tanto dicho cuerpo como el inferior son exactamente iguales que los que tendría la torre norte, que se vino abajo en el siglo XIX. Con la única diferencia de que en la torre derrumbada el cuerpo que en esta otra vemos en segundo lugar, estaba un nivel más alto, como las torres de El Escorial. El cuerpo bajo de la torre actual tiene, además, una entrada directa desde la fachada occidental, que hoy se utiliza para acceder al archivo catedralicio.
El segundo cuerpo presenta, pues, cuatro grandes vanos con arco de medio punto cada uno, y su cubierta es a base de vigas de madera. De ahí parte una escalera de caracol. El tercer cuerpo ochavado como los siguientes, según proyecto de Antonio Iturralde Montel, es conocido como el de los vientos porque sus ocho vanos están dirigidos a los ocho vientos. Todos ellos tienen arcos de medio punto. En este nivel se halla la matraca que se usaba en Semana Santa, en vez de las campanas, cuyo uso está prohibido desde el Jueves Santo hasta la noche del Sábado Santo. También caen aquí las pesas del reloj, que se ubica un piso más arriba.
Un cuerpo más arriba, el cuarto, también octogonal, es el del reloj, aparato del que parten cuatro varillas hacia las cuatro esferas de la torre para poder moverlas mecánicamente. Ya es sabido en Valladolid que el movimiento de las agujas no siempre coincide con el de las campanadas, controladas informáticamente y que suenan a la hora, a los cuartos y a las medias de modo exacto.
Subimos un nivel más y por fin encontramos las campanas, instaladas en otros ocho vanos con arcos de medio punto. La más grande pesa dos toneladas y el sonido de las horas no se hace brusco porque el campanero le cambió el badajo por otro que suaviza los toques y no resultan por tanto campanadas ensordecedoras desde la calle. Ni siquiera desde la propia torre.
Hay una razón por la que esta catedral carece de campanas antiguas. Ello se debe al ya citado derrumbe de la torre del lado del Evangelio, en el siglo XIX. Databa del XVIII pero problemas de cimentación acabaron haciéndola ceder. Era entonces la única torre acabada y en ella estaban las campanas, que cayeron al suelo con el edificio. Sobre las campanas de esta catedral así como de las de las otras catedrales y concatedrales de Castilla y León existe un estudio detallado realizado por Antonio Sánchez del Barrio y José Luis Alonso Ponga (1). El campanario actual consta de cinco campanas que se encargaron a la firma bilbaína El Delta Español, en el año 1896, dos más que datan de 1926 y se fundieron en la casa Eduardo Portilla Linares, otras dos campanas fundidas en Francia y que según estos autores son las únicas no españolas que están en uso en una catedral castellanoleonesa. Los nombres de estas campanas son: Asunción de María, Beato Simón de Rojas, Corazón de Jesús, Espíritu Santo, San Pedro Regalado y Santa Teresa de Jesús. tres no tienen nombre.
Por unas escaleras de metal sobrevolamos este cuerpo hasta alcanzar la cúpula de piedra, bajo la cual vemos una estructura metálica que no es que sostenga la clave de dicha cúpula. Lo que aguanta es el peso de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que culmina la torre a 84 metros de altura. La imagen se hizo allí mismo, con poco grosor para aliviar su peso. Cuando llueve, el agua que se filtra dentro de la cúpula, ya no se expande por la piedra causando problemas graves de humedad sino que discurre por la estructura metálica citada para derivar en un depósito donde se acumula.
Esta cúpula posee una puertecilla que nos permite salir a una terraza que rodea el octógono y nos pone la ciudad de Valladolid literalmente a nuestros pies, distinguiendo otros monumentos de esta populosa urbe castellana. Observamos perfectamente el primer edificio renacentista civil de España o Colegio de Santa Cruz, vemos las iglesias de Santa María la Antigua, San Pablo, Santiago…. Cada cual más monumental y cargada de historia y de arte. Observamos la pujanza de Valladolid con urbanizaciones que se pierden en el horizonte. Se divisa la Plaza Mayor, presidida por el Ayuntamiento. En las barandas hay unos paneles que orientan al visitante en su panorámica sobre la ciudad del Pisuerga.
De la misma manera podemos observar cómo la catedral quedó truncada y cómo la monumental puerta sur, por detrás, deja ver lo que serían los muros del brazo sur del crucero, con sus pilastras que hoy están al aire libre y, un poco más abajo, la uralita que protege el pasillo de acceso al templo por esa zona, desde la plaza de la Universidad.
Los materiales predominantes en esta catedral son la piedra caliza, que permite ser trabajada con mucha más facilidad que el granito, y el hormigón, del que está hecha la imagen exterior del Sagrado Corazón. En el segundo cuerpo octogonal de la torre vemos una barandilla de hierro.
El primer cuerpo y el segundo de la torre datan del siglo XVI. Todos los cuerpos octogonales son del siglo XIX. Así, en el año 1880 comenzaron las obras para terminar esta torre. El primer piso de ese volumen octogonal estaba ya empezado hasta el arranque de los arcos en 1881, comenzando el montaje de las cimbras. En 1884 se retomaron las obras y quedó terminado el primer piso hasta la barandilla. Durante ese año se construyó el cuerpo octogonal y fueron subidas las campanas. El 4 de abril de 1885, que fue Sábado Santo, se inauguró la torre, a la que todavía la faltaba la cúpula y terminar el cuerpo octogonal. Las obras fueron bendecidas por el entonces arzobispo Benito Saenz y Forés.
En 1886 los vallisoletanos se dieron cuenta de que la torre catedralicia era poco agraciada, le faltaba esbeltez y las campanas no se oían. Fue entonces cuando se aprobó un nuevo proyecto de ampliación encargado a Antonio Iturralde. Al año siguiente se añadieron dos cuerpos más octogonales, uno para instalar el reloj, otro para campanas. El cuerpo del reloj quedó rematado en 1887, y posteriormente el cuerpo de campanas. Estas fueron subidas a su nueva ubicación en 1888. A principios de 1890 se terminó la obra de la torre dotándola de un tejadillo y no de la cúpula proyectada.
Ya con la entrada del siglo XX, concretamente en 1911, fueron colocadas las cuatro esferas del reloj, que estaban esmaltadas y pintadas de blanco. El reloj se ubica en el centro de la torre desde el que parten cuatro varillas o cañones para mover las agujas de las cuatro esferas. En 1923 terminaron por fin las obras al ser construida la cúpula, pero esta se quedó sin linterna, que a pesar de figurar en las trazas del arquitecto, fue sustituida por la mencionada imagen del Sagrado Corazón. En 1924 se dio oficialmente por terminada la obra de la torre catedralicia.
En el interior de la torre vallisoletana es posible ver la caseta de madera donde se situaba el campanero, caseta a la que llegaban las cuerdas de todas las campanas para tocarlas sin pasar frío. A la vista están también las pesas del reloj, un cuerpo más debajo de este. Y una esfera antigua del mismo allí expuesta.
En el renacimiento las torres de los templos tenían que ser proporcionales al ancho de los edificios a los que servían. Esta es una norma de la época. Chueca Goitia señala que su anchura, la de las torres, debía oscilar entre la tercera y la cuarta parte de la del templo. Las torres de la catedral vallisoletana tienen, según este arquitecto, un ancho que representa la cuarta parte de la anchura total de la catedral.
En el proyecto de Juan de Herrera las torres catedralicias tenían tres cuerpos más o menos iguales y con superposición de tres órdenes de pilastras con arquitrabe. El tercer cuepo sería el se campanas, que resultaría mucho más esbelto que el actual, ochavado. Lo más parecido que tenemos hoy a ese proyecto original de las torres de Herrera en Valladolid son las torres de la basílica de El Escorial, del mismo autor. Según Chueca Goitia, ambas torres son “una simplificación arevida de un tipo de torre de órdenes superpuestos propia del Renacimiento”. Las torres de Valladolid son gemelas de las escurialenses, lo que ocurre es que estas últimas solo muestras sus dos últimos cuerpos.
Herrera preveía para la catedral de Valladolid dos torres de tres cuerpos flanqueando la fachada principal y otras dos de dos cuerpos y rematadas en tejado piramidal, más bajas, por tanto, a ambos lados de la cabecera del gigantescos rectángulo que representaría este templo si se concluyese.
Pero si esto es el proyecto de Herrera, la realidad es bien distinta. Basta mirar la torre sur, a la que hemos subido, para percatarnos enseguida que no hay, del siglo XVI, tres sino dos cuerpos, siendo el primero muy robusto, sobre el que se ubicó el siguiente, que resultó ser el que tenía que ir en tercer lugar, para darle esbeltez. Así, este segundo cuerpo actual, al carecer de otro inmediatamente inferior que le proporcionase más altura, no luce como debiera al perder esbeltez.
Si observamos la fachada principal, enseguida nos percataremos que Juan de Herrera quiso plasmar en ella lo que no pudo llevar a cabo en el constreñido espacio de la fachada de la basílica escurialense. Es decir, en Valladolid pudo diseñar una fachada mucho más lucida. Eso sí, ambas fachadas son monumentales porque están en consonancia con la gran monumentalidad de dichos edificios y, además, siguiendo a Chueca, no tienen paralelo alguno en su época en toda Italia. Regresamos al ritmo de la calle, satisfechos de la experiencia que supone este recorrido vertical que nos permite descubrir la riqueza cultural que encierran las torres de nuestros monumentos.
SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio y ALONSO PONGA, José Luis: Las campanas de las catedrales de Castilla y León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002.
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