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Una aproximación al monasterio cisterciense de Oseira

La torre, vista desde el claustro de los Medallones. FOTO: J.M.G.
Las torres, vistas desde el claustro de los Medallones o claustro reglar. FOTO: J.M.G.

 

JESÚS MANUEL GARCÍA. Oseira y todo lo que el Císter es se resume en esa constante cisterciense que no es otra que el esfuerzo de la voluntad. Lo que vamos a ver en este universo de piedras nobles, piedras con historia, piedras sagradas de Cea, es el resultado del esfuerzo de la voluntad de los monjes cistercienses que empezó tan pronto como los fundadores de la Orden abandonaron la comodidad monástica benedictina de Cluny optando por irse a un lugar pantanoso donde ubicaron el Novum Monasterium, un lugar habitado o rodeado de fieras, donde aislarse del mundo y dedicarse a la oración, al desarrollo de la vida espiritual. La fundación tuvo lugar el 21 de marzo de 1098.

Como señala Lekay, a estos monjes es necesario reconocerles el valor de llevar a cabo esfuerzos visibles por autorreformarse, cambio o renovación desarrollada en el siglo XI con tres pilares: eremitismo, pobreza y vida apostólica. La pobreza de los monjes blancos encandilaba al clero, a los monjes y a muchos laicos de la época. Como es sabido, la vida eremítica surgió como contraste a la cómoda e incluso apacible vida monástica, pero como para perdurar era menester constituirse en comunidad religiosa, la mayoría de los ermitaños de aquella centuria resolvieron la cuestión constituyéndose en comunidades religiosas. La nueva Orden quedó confirmada por el Papa el 23 de diciembre de 1119.

En Oseira se dio también lo que hace que estos monasterios sean mucho más que eso, aunque solo se trate de la impronta que han dejado en Europa. La Orden del Císter compaginó la vida espiritual con el trabajo manual y así desarrollaron la agricultura, la ganadería, las manufacturas que les permitiesen ingresar dinero suficiente para mantenerse intramuros en su vida contemplativa, dedicándose a la oración sin tener que depender de nadie para subsistir. El Císter es también, lo estamos viendo, sinónimo de humanización, de desarrollo de las zonas donde se asentaban sus monjes. Fue una Orden de emprendedores, que hicieron Europa y que a mediados del siglo X y del XI, comenzó a expandirse por las regiones del norte y centro de Francia.

Estos monjes eran regeneradores de la vida cenobítica y lo fueron también en otros campos. En aquel mundo románico empezaron a normalizar la bóveda de crucería que daría paso al gótico. El Císter es orden pionera en transmitir la arquitectura avanzada que surgió en Francia. Ellos nos trajeron este estilo con sus iglesias, con las bóvedas de algunos de sus claustros, como bien podemos comprobar hoy en varias zonas del cenobio ursariense. Otto von Simson nos dice que en el siglo XII la arquitectura cisterciense y la gótica fueron dos ramas de un mismo tronco y que ponen en práctica las mismas normas teológicas y estéticas, en la arquitectura cisterciense para la comunidad intramuros; y la gótica, para la diócesis. Conocida es la disputatio entre San Bernardo y el abad Suger de Saint Denis acerca de la conveniencia o no de decorar los templos.

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En el templo monástico de Oseira nos vemos envueltos en las trazas góticas que trajeron los monjes. Una arquitectura tan grandiosa como sencilla, cargada de mensaje. FOTO: J. M. G.

En España fue sobresaliente este influjo del gótico cisterciense por ser un país donde no pocos edificios románicos enriquecidos se vieron con elementos góticos: las bóvedas ojivales se vieron por vez primera en la Península Ibérica gracias a los arquitectos franceses del Císter. Es España quizás el país más rico en abadías cistercienses bien conservadas. Pensemos en Galicia y lleguemos a tierras ourensanas: Osera, Leiro, Montederramo, parte de la iglesia y claustros de Melón, Espadañedo. La Orden se fue adaptando a los estilos según el momento, así desde mediados del XVII hasta el remate del XVIII adoptó el barroco, que tanto impera en Oseira, lo que implicó destrucciones como la de la fachada original de la iglesia y del cenobio. Con el barroco se fue borrando la sencillez armoniosa del Císter primitivo. Pero ya antes, en el gótico, hubo señales de enriquecimiento y ostentación. Oseira no fue ajena a ello, quedando, entre otras muestras, la girola de la iglesia, tan impregnada de las técnicas practicadas en la de la catedral de Santiago y causante de la de Melón. Algo inconcebible en la arquitectura primitiva del Císter.

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Detalle de la bóveda de cañón apuntada que voltea sobre la nave central, en la que se suceden tramos delimitados por arcos fajones. FOTO: J. M. G.

Los monjes cistercienses dieron trabajo a miles de trabajadores en aquella Europa que vio crecer su población. Y les daban trabajo digno. Los monasterios se empezaron a llenar de monjes y conversos. Del segundo abad, Alberico, salió la nueva clase de hermanos: los fratri conversis en cuyas manos se ponía el trabajo de las granjas alejadas del monasterio para que dejasen a los monjes ocuparse de sus obligaciones espirituales. Esos conversos estaban considerados por los monjes cistercienses como religiosos que hacían los mismos votos, seguían la misma Regla y cumplían al igual que los monjes excepto el ir al coro. Ante el trabajo digno que los campesinos veían que les brindaba el Císter, sus monasterios recibieron a estas personas dispuestas a hacerse cargo del trabajo en sus tierras y en las granjas.

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Arquería ojival que separan la nave central de la norte, sobre la cual campea la tribuna del órgano y la del coro alto de los monjes, apoyada sobre espléndida bóveda plana del XVI. y posterior FOTO: J. M. G.

La promoción que la Orden hizo de los campesinos derivó en una rápida expansión de sus monasterios por Europa. Por tanto tres son los apoyos que explican el éxito de estos monjes:

1.-Acumulación de grandes extensiones de terreno,

2.-Dar trabajo a miles de hermanos conversos

3.-Una administración muy bien organizada.

Estos monjes consiguieron hacer fértiles amplias superficies de tierras desérticas, mas la expansión del Císter no fue miel sobre hojuelas siempre, pues la donación de grandes terrenos implicaba destruir aldeas, casas, porque no podían entorpecer la soledad de la comunidad. Por imperativo de la Regla de San Benito no tenían otra opción para subsistir que aplicar el comercio y así comerciaron con lana, con el vino, con la pesca, con productos industriales…

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Remate de la fachada principal del monasterio, sobre un paisaje de verdes prados en otro tiempo propiedad de la abadía ursariense. Hoy aún conservan una importante extensión dedicada a la ganadería para la venta de carne de vacuno. FOTO: J. M. G.

El cisterciense se entrena para la otra vida dedicando esta vida a seguir la Regla de San Benito, muy estricta, que separa los tiempos de la vida diaria del monje, con sus horas de trabajo manual, estudio y oración. ¿Cómo se organizaba el Císter? A Esteban Harding, uno de los fundadores de la nueva orden, se le atribuye la Carta de Caridad, que consta de 11 capítulos y un prólogo. Este documento establece cómo se ordena una red de monasterios, es decir, la filiación de abadías, y la institución del Capítulo General. La Carta de Caridad, cuya primera redacción se cree que data de 1118, vio la luz unos seiscientos años después que la Regla de San Benito. De dicha Carta hay tres versiones: la Carta de Caridad Prior, la Summa Carta de Caridad y la llamada Carta de Caridad Posterior. Después de tantos siglos, la Carta de Caridad está hoy presente en las constituciones de la orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, los trapenses. La verdadera razón de ser del Císter se encontraba en la observancia estricta, es decir, seguir al pie de la letra la Regla benedictina quienes evitaron ser tildados de innovadores precisamente aferrándose todo lo que les fue posible a esa normativa. San Bernardo de Claraval, en el siglo XII, afirmaba que la vida monástica era al mismo tiempo una vida celestial y angélica por la guarda del celibato; profética porque busca y anuncia lo que no se ve y una vida apostólica que se regocija en Cristo al haber dejado todo para seguirle. Otro abad del Císter, Elredo de Rieval, consideraba en sus sermones que la vida monástica era angélica.

Una abadía del Císter comenzaba su andadura tan pronto como recibían el terreno donado por un pudiente. La casa madre enviaba a doce monjes que lo primero que hacían era construir la iglesia y a continuación las demás dependencias del nuevo monasterio. Ese grupo de monjes llevaba un abad. Así, la casa madre y la nueva fundación permanecían unidas por una relación filial de la que se habla en la Carta de Caridad. Para incorporar un monasterio al Císter había tres vías:

1.-Filiación, de la que hemos hablado.

2.-Afiliación, cuando una comunidad no cisterciense decide incorporarse al Císter.

3.-Sustitución, cuando monjes cistercienses van a repoblar una abadía que fue abandonada por una comunidad que no de su orden.

En la cúspide del Císter está el Capítulo General donde los abades de la Orden, presididos por el abad general del Císter, tratan sus asuntos espirituales. Las abadías eran independientes y el Capítulo ayudaba a las que presentasen problemas económicos. Independencia si pero hasta cierto punto pues en todas tenía que haber los mismos libros, las mismas costumbres y respetar la Regla por igual en todos los monasterios. Oseira es una de las 389 abadías que proceden de la protoabadía de Claraval, hasta el siglo XVI. Fue tal desde 1142 a 1835, aunque hay debate acerca de la fecha de incorporación, pues 1142 es la que da la propia Orden, mas todo hace indicar que no es exacta.

Creemos que la importancia del Císter está en la repoblación general o colonización interior, con la concentración agraria. Tuvieron una gestión económica innovadora para llevar el sistema de explotación de la tierra. Como señala Herbert González Zymla, la reforma cisterciense fue un gran éxito económico que les condujo al triunfo espiritual.

Tras diversas vicisitudes con el paso de los siglos, tuvo que llegar el XIX para darse una restauración, apareciendo en escena los Trapenses. Cuando parecía que el Císter se acababa, resurge La Trapa con un grupo de monjes entusiastas del abad Rancé, gran reformador de La Trapa y así, después del año 1815 se vivió un resurgir con nuevos monasterios cistercienses en Francia y allí donde los vientos llevaran a los Trapenses. La expansión trapense se mantuvo durante todo el siglo XIX en Europa. Ya en el siglo XX, con la Estricta Observancia hubo una expansión trapense en los años 20 (La Oliva, Huerta, Oseira).

En Oseira tenemos una comunidad cisterciense de la Estricta Observancia. Una comunidad que ora y labora. El monasterio vive hoy de la hospedería, del albergue de peregrinos, de la tienda (iconos, chocolates, cosmética, libros, postales, etc.), del turismo, de las pastas, de la carne y, por supuesto, del licor Eucaliptine, en sus dos variedades. El monasterio tiene la medalla del premio Europa Nostra dada la brillante restauración por los monjes realizada. Aprovechando bien el dinero levantaron esta mole. Basta ver el prodigio de colocar nuevamente en su sitio la compleja tracería de la bóveda del refectorio, del siglo XVI, por las benditas manos del padre Juan María. Este monje fue un superdotado que hizo numerosas obras de reconstrucción y adaptación del monasterio a las necesidades actuales, diseñando incluso él mismo focos, faroles, lámparas, mesas, camas, sillas, puertas, armarios, mesillas de noche para la hospedería, cuyas habitaciones llevan su impronta. La de un genio. Las obras de conservación de este gigantesco edificio vivieron una época de gran actividad en la segunda mitad del siglo XX. Desde 1949 hasta 1972 hay una secuencia de 23 proyectos en los que participó el arquitecto Francisco Pons-Sorolla. Había que frenar la destrucción del monasterio y hacerlo habitable. Para mantener en pie un edificio histórico nada mejor que darle uso. En Oseira hay uso gracias a la comunidad cisterciense, que rehabita el cenobio desde 1929.

En 1949 los arquitectos encontraron Oseira sumida en la decadencia, con varias zonas del monasterio afectadas, con desprendimientos de cubiertas, de bóvedas, con presencia descontrolada de vegetación. Oseira llegó a ser lo más parecido a una selva tras años de abandono y de rapiña. Las obras realizadas se pueden organizar en sendas categorías:

1.-Reposición de cubiertas y reconstrucción de zonas que amenazaban con desplomarse así como las zonas en ruina.

2.-Renovación de pavimentos y carpinterías, desencalado de muros y eliminación de elementos orgánicos.

Una actuación de gran importancia fue la intervención en el claustro de los Pináculos, en que se actuó desde 1949 hasta 1975. Primero fue reconstruido el torreón del sudeste que se había derrumbado en parte en el año 1932. En los años 1949 y 1950 fueron reparadas las cubiertas de la Sala Capitular y el Calefactorio. Hubo que evitar humedades y consolidar así como restaurar muros. En los años 50 se hicieron las obras arreglando el recubrimiento de las naves próximas al torreón. Otros trabajos conllevaron aplicación de atirantado metálico para contrarrestar presiones de muros y de bóvedas.

En el Claustro de los Medallones se actuó en la cornisa del ala este pues amenazaba con venirse abajo. En 1966 se cubrió la zona que separa este claustro del contiguo de Pináculos. Nos referimos a la zona donde se hallan el calefactorio y que comunica con el Solarium.

En el Claustro de los Caballeros vio la reparación de sus cubiertas entre los años 1966 y 1968. La comunidad, con medios propios, en 1967 repuso forjados, cerró carpinterías y restauró estancias en el ala sur.

El último espacio de las grandes actuaciones en esta etapa fue la iglesia. En 1950 había que frenar la ruina que presentaba la torre norte de la fachada principal, dañada merced a un rayo en una tormenta en los primeros años del siglo XX. De modo escalonado se fueron recuperando las cubiertas del templo, con proyectos que datan de 1950 y de 1969. Hubo que eliminar escombros sobre el trasdós de la bóveda y, en el ábside, fue necesario vaciar tierra para instalar una red de saneamiento.

De 1968 a 1972 se actuó en el interior de la iglesia ursariense aligerando la hermosa capilla mayor medieval de aditamentos barrocos en mal estado. Como señala Belén María Castro, el hecho de que a Pons Sorolla le gustase dejar los edificios en su pureza original, pero que en Oseira fueron los propios monjes quienes se le adelantaron a retirar el retablo que impedía ver las columnas de la girola, suscita la reflexión de que esta clase de acciones prístinas eran bien vistas en aquellos años, postura que entronca, dice Castro, con un momento cultural de gran austeridad, donde se apuesta por la sencillez ornamental como símbolo de belleza, pareja con un enorme gusto espartano.

Hubo que reparar toda mutilación en la piedra debida a la presencia del retablo barroco y también se actuó en el pavimento de la capilla mayor para nivelarlo, dotando ese espacio de una mesa de altar más sendas peanas para el sagrario y la imagen religiosa. Fue eliminada la cal y revocos varios así como pinturas en la girola y en el presbiterio. La girola quedó aislada de la humedad gracias a sus nuevas cubiertas bien selladas.

En 1970 comenzó la retirada del coro bajo, que ocupaba parte de la nave central. Se trataba de permitir contemplar en toda su longitud la nave sin impedimentos visuales, eliminando lo que para los monjes tenía escaso valor. Ello conllevó la reforma de algunos pilares mutilados para encajar la sillería ahora eliminada de ese lugar. El templo medieval conserva la policromía del siglo XVII suspendida en las bóvedas del crucero y capilla mayor. Fue necesario igualmente restaurar el pavimento de la nave mayor, afectado por la presencia del coro. Con tareas de saneamiento, rectificación de niveles e instalando soleras impermeables de hormigón.

Hoy Oseira refulge de nuevo, para maravilla de todos. Y, como es natural, este gran monumento es a la vez un centro de investigación para historiadores y otros especialistas pues son muchos los siglos que alumbran la esencia ursariense, de los que deriva una ingente producción documental, buena parte de la cual disfrutamos en la bibliografía científica surgida al respecto en los últimos años. La biblioteca monástica dispone hoy de alrededor de 30.000 volúmenes que no son los que tenía dicha biblioteca, e decir, su fondo antiguo, que desapareció. Hay una biblioteca de temática gallega, la biblioteca monástica y desde luego, en Oseira está la mejor biblioteca cisterciense de Galicia.

A pesar del abandono décadas atrás como efecto de la desamortización, Oseira perdió obras pictóricas varias de los siglos XVII y XVIII; su reloj, que de la torre del templo ursariense pasó a cantar las horas en la torre municipal de Maside. En los años 30 hubo un reformatorio de niños. Los presos políticos llevados a Oseira se encargaron de reformar el espacio ruinoso que desde 1937 acogería el reformatorio infantil.

En plena guerra la comunidad quedó mermada ya que los monjes más jóvenes fueron llamados a luchar. En 1936 la esposa del general Franco hizo una visita al monasterio de la que saldría el ofrecimiento de la maquinaria que Constantino Amado, secretario de Carmen Polo, tenía guardada sin uso en Pontedeume para hacer queso. Los monjes ursarienses compraron la maquinaria y montaron una fábrica de elaboración de quesos en Palas de Rei, que al poco tiempo fue trasladada a Celanova.

Oseira es un universo que arranca a eso de las cuatro de la madrugada con la oración común de la noche, las vigilias, conocidas antes como maitines, que se prolongan hasta la hora del trabajo, las 9, y acaban con la misa concelebrada, el momento más importante para el monje. A ella se le reservan las mejores horas de la mañana. Y así va transcurriendo el día, con su cadencia, su ritmo, intercalando oración y trabajo manual hasta cerrar la jornada con el íntimo y a la vez solemne canto de la Salve, que da paso al descanso nocturno y así todos y cada uno de los días de la vida del monje que es alegre y reverbera entre aquellos muros que recuerdan, al decir de San Pablo, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo.

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