
JESÚS MANUEL GARCÍA. Nos detenemos hoy en un espacio singular dentro el maravilloso recinto del monasterio cisterciense de Santa María de Oseira, en el ourensano término municipal de Cea. Y lo hacemos viendo su Museo de Piedra. Accedemos a él desde el Claustro de Medallones. Allí lograremos alcanzar, al sur de dicho claustro, la puerta que nos permite pasar a un espacio rectangular cubierto con bóveda de cañón con arcos fajones no apoyados en columnas. Es un recinto, como todo el monasterio, no ajeno a la sencillez y a la proporcionalidad fruto de su precisa construcción. En los muros se ven huecos a modo de alacenas, con arcos de medio punto y ventanas que permiten pasar los rayos del sol desde este sur del cenobio.
Dicho museo impresiona por lo que muestra. Lo más llamativo son los sistemas de conducción de agua tallados en piedra, tuberías de granito que en otro tiempo y durante siglos sirvieron para conducción del líquido elemento hasta la cocina y saneamiento. Son impresionantes y su colocación en este museo hace de ellos sistemas elegantes.

A ambos lados de este largo salón hay decenas de objetos tallados en piedra, desde más tubos hasta imágenes, columnas, capiteles, nervios y claves de bóveda. Hay objetos medievales, también renacentistas y barrocos. Este gran aparato que es el monasterio tuvo varias restauraciones en las últimas décadas para recuperarlo y fruto de esos trabaos fue el hallazgo de las múltiples piezas que hoy se exhiben en el Museo de Piedra.


Se pueden observar las claves de bóveda, piedras fundamentales que mantienen el equilibrio de nervios que aguantan esos volteos pétreos de diversos espacios monacales. Las claves, que pesan cientos de kilos y cuando las vemos equilibrando una bóveda, allá a lo alto, nos da la sensación de que pesan menos, son la pieza fundamental de una bóveda, y si la piedra angular del edificio suele ser en forma cuadrilátera, la clave, allá en lo alto, presenta forma circular, la propia que le corresponde a la divinidad. El edificio mismo representa el cosmos y por tanto viene a ser una semejanza del cuerpo místico de Cristo. En la clave de bóveda convergen los nervios. Es el sol de la humanidad, el pilar en torno al cual se construye todo el edificio, con sus cuatro esquinas o cuadrantes. La clave de bóveda actúa como columna insertada en la bóveda, un pilar que se extiende hasta el techo del cosmos, donde todas las cosas existen en una sola forma como se lee en Efesios 2-20: “en quien vosotros también sois edificados juntos”. La cabeza de ese pilar es el rostro de Dios, solar y presenciador del hombre, sol omnisciente y omniforme, que a la vez es espíritu cuyo soplo da ser a todas las cosas y la conecta a sí mismo, como señala A. K. Coomaraswamy. Su universo no se constriñe solamente a la clave de bóveda del cosmos, sino la puerta de los mundos, que al ser traspasada libera al ser humano. «Ningún hombre va al padre salvo por mí… Yo soy la vía… Yo soy la puerta», se lee en San Juan 14-6 y 10-9. Arquitectónicamente, la clave de bóveda es el sol en su cénit, representa pues a la Verdad en la cual siempre es día radiante por siempre.
También en este pequeño museo hay basas de columnas, laudas sepulcrales que muestran inscripciones; estatuas mutiladas, piscinas.




Este museo nos está hablando de historia y de arte, de la pericia por los monjes desarrollada a través de los siglos para hacer de su casa un sitio digno no solo para la oración sino para vivir modestamente sin necesidad de depender del exterior. Hay mucha ciencia oculta en esas piedras nobles que con la luz solar adquieren un tono amarillo que dulcifica su frialdad y armoniza el ambiente silencioso de Oseira.
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