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“Da ponte de Ourens que fezeron novo, e cayera a ora de vesperas”

Vista del puente aguas arriba. FOTO: J.M.G.
Vista del puente aguas arriba. FOTO: J.M.G.

 JESÚS MANUEL GARCÍA. Es uno de los tres símbolos de Ourense. Está en el logotipo de no pocas empresas y colectivos de la ciudad. Hablamos de la Ponte Vella, Ponte Maior o la mal llamada Ponte Romana puesto que de aquella época le quedan vestigios en la parte inferior, por lo que más exactamente se trata de un puente medieval de origen romano. Salva las aguas del Miño y cubre un paso que se mantiene desde la Antigüedad.

   Este puente es el de mayores dimensiones de Galicia, dentro de los históricos y uno de los de mayor envergadura de España. Su construcción y reformas son el fruto de campañas ingentes dada la complicación de levantar una obra de esta categoría sobre el ancho y caudaloso Miño. Mide casi 210 metros de longitud y algo más de 33 de altura en su punto más elevado. La obra primitiva tuvo hasta diez arcos, de los que conserva siete.

El puente, aguas abajo, siempre es una postal de la ciudad. FOTO: J.M.G.
El puente, aguas abajo, siempre es una postal de la ciudad. FOTO: J.M.G.

   El arco central, el mayor, forma una bóveda que ronda los 38 metros, lo que la convierte en una de las más amplias de España. El monumento continúa incentivando el debate científico sobre cómo sería la obra original construida por los ingenieros romanos. El puente mayor ourensano nació para permitir el paso de la vía romana que comunicaba Braga con Lugo, ruta que se desviaba en Aquis Querquennis para alcanzar Ourense y continuar hacia Lucus Augusti, capital del conventus jurídico homónimo. Algunos investigadores supusieron que el puente data de la época del emperador Augusto, pero la realidad dicta que no hay documento que lo confirme. No faltan estudiosos que aseguran que se construyó en época posterior a la augústea, ya que los miliarios de la vía a la que daba paso hacen referencia a otro emperador, Caracalla. Sea como fuere, la cuestión no se halla cerrada, pues aún hay mucho que aprender de esta fábrica.

Vestigios de lo que fue el puente romano. FOTO: J.M.G.
Bloques de granito de la obra primitiva. FOTO: J.M.G.
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Se aprecia en las piedras el efecto almohadillado. FOTO: J.M.G.
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Evidencia del arranque de un arco sustituido por el actual, ojival. FOTO: J.M.G.

   En aquella época imperial, Ourense era una pequeña población ubicada al sur del puente, en el entorno de As Burgas. Podría tratarse de una guarnición romana que evolucionaría a la altomedieval Pala Aurea, más tarde Auria en la que acabaría asentándose la sede de la diócesis Auriense, nombre del que deriva el actual de la tercera urbe de Galicia en población. Los ingenieros romanos eligieron ese punto del río, dotado de un fondo de rocas, lo que facilitaría la construcción del puente.

   La obra que hoy contemplamos, timbre noble de la ciudad a primera vista, a la que dota de carácter, dispone de siete arcos, situándose el primero de ellos en el lado de la ciudad, el más cercano a la capilla. Es de medio punto, datado en el siglo XV y ampliado en el XIX, época en la que sobre él se construyó un arco de descarga. En esta zona hay ciertas huellas que llevan a suponer que hubo un arco anterior, posiblemente de fábrica romana. También observamos que el primer pilar es semicircular, dejando ver un espolón de planta rectangular. El segundo arco es ojival, apuntado, de factura medieval. En sus piedras no se han detectado marcas de cantería, que sí son evidentes en el tercer arco, también apuntado y en otras partes del monumento.

   Las marcas de cantería en los monumentos medievales no tienen más misterio que el ser el modo de reconocer al autor de la talla de cada piedra para cobrar su trabajo. Chamoso Lamas señaló que este tercer arco se debe a una reconstrucción promovida por el obispo Don Lorenzo en el siglo XIII. Apréciese cómo el segundo pilar se apoya sobre la base rocosa y cuenta con un tajamar en el que se reaprovecharon bloques de piedra de la primitiva obra romana. Observando con detalle la obra, en ese segundo pilar dos piedras salientes son el arranque de antiguas bóvedas que al parecer serían más anchas que las que hoy tenemos.

   El tercer pilar también descansa sobre suelo de roca, dispone de tajamar semicircular y no le faltan sillares almohadillados que bien formarían parte de la estructura antigua. El espolón se muestra en planta asimétrica y, aguas abajo, está dotado de un arco de descarga posiblemente medieval. El cuarto arco es el mayor de todos, el central. Tuvo que ser reconstruido en varias ocasiones. El actual lo proyectó Melchor de Velasco, iniciando la obra en el último tercio del siglo XVII. Este detalle lo dio a conocer Benito Fernández Alonso en el año 1921. El proyectista, en aquel entonces, estaba construyendo la iglesia del monasterio benedictino de Celanova. La muerte le sorprendió no dejándole terminar el arco. El cuarto pilar, muy voluminoso, presenta planta rectangular y espolón de planta triangular. Melchor de Velasco lo reconstruyó . En el siglo XIX fue reforzado. En su parte superior llama la atención un nicho con bóveda de medio punto que bien pudiera tratarse de un desaguadero.

   El pilar número cinco conserva sillares romanos en su tajamar, semicircular. Y el quinto arco está rebajado y asentado en el lugar donde antes uno anterior cuyo arranque se nota en el pilar. Los arcos sexto y séptimo son apuntados, medievales y se datan hacia el siglo XIII. Las pendientes del puente eran más pronunciadas y se rebajaron cuando se abrió para dar paso al tráfico rodado de la carretera Benavente-Santiago.

   Manuel Durán considera que el primitivo puente romano quizás tuvo una sucesión simétrica de luces y lo justifica diciendo que la mayor parte de los restos romanos se halla en la parte inferior de los pilares segundo y tercero. Guarda este puente un lenguaje matemático escondiendo el número sagrado de la armonía, el 10, según los pitagóricos. En el siglo XV esta magna obra sobre el Miño se hallaba en reconstrucción y así en el año 1434 se produjo el acuerdo de Alfonso Gómez, maestro pedrero de la obra del puente, con Juan Rodríguez, pedrero, y con Juan de Santiago para proveerse de piedra a emplear en el puente. El 1 de agosto de aquel año, Gonzalo de Golfaris acordó con Alfonso García, maestro pedrero del puente, traerle 130 fanegas de cal del horno de Bouzo para el puente, cobrando de Alfonso “çento e noveenta maravedis vellos”. De las labores de herrería se encargó Roy, de Melide.

   El 22 de mayo de 1435 acordaba con el maestro pedrero del puente trabajar como tal. De las maderas para las cimbras se encargó el carpintero Juan Martis, vecino de Laredo, según acuerdo del 19 de octubre del año 1436. Los acuerdos continuaron con herreros y canteros a lo largo del siglo XV, época en la que se detectaron incluso defectos en la construcción, como se lee en un documento del maestro Alfonso García, fechado el 9 de mayo de 1438, en el que declara que “por sua culpa et ocasión e negligençia” se vino abajo por dos veces el primer arco.

   El sábado, 4 de enero de 1449 había vuelto a caer el arco “da ponte de Ourens que fezeron novo, e cayera a ora de vesperas”, es decir, por la tarde, justo en el momento en que pasaban tres hombres, de los que dos murieron “e ho outro sayeu contra tolleyto”.

   Desde el año 1228 este puente ourensano fue objeto de numerosas obras y episodios de la vida de la ciudad. Como era el único paso del río, por él se desplazó la corte de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla cuando, llegados de Flandes y tras haber desembarcado en A Coruña en vez de en Potes, llegaron a Ourense donde permanecieron varios días antes de verse en tierras castellanas con el rey Fernando, padre de Juana, en pleno siglo XVI.

   El siglo XV fue un tiempo de grandes obras en la ciudad, centradas en la Ponte Maior y en la Catedral. López Carreira señala que fue una época estimulante para varios gremios por la envergadura de los trabajos. Hasta el año 1918 este puente fue el único que permitía cruzar el Miño en Ourense. Desde entonces, la ciudad fue incrementando el numero de pasos aéreos hasta disponer hoy de una serie que aporta encanto al río con distintos ejemplares de la ingeniería de caminos. Pasar por la Ponte Maior exigía el pago de portazgo. En la ciudad había barcas, de obligado uso cuando el puente se hallaba en ruinas, a lo largo de varios años de los siglos XV y desde finales del XVI hasta finales del XVII. El derecho de la barca le correspondía al obispo, quien ejercía el señorío sobre Ourense.

Otra perspectiva de este importante símbolo ourensano. FOTO: J.M.G.
Otra perspectiva de este importante símbolo ourensano. FOTO: J.M.G.

   Olga Gallego cita cómo en 1431 el obispo y el cabildo de la catedral litigaron por dedicar la barca al servicio público, ganando el cabildo. En aquel año el Concello quería disponer de un servicio de barca, pero los capitulares se le adelantaron poniendo en servicio dos y alegando que el río era suyo. Ambas orillas del Miño eran territorio de señorío episcopal. Hubo juicio y por sentencia se decidió que la barca pertenecía al obispo y al Concello y que los vecinos no tenían que abonar ninguna tasa. La barca, tras muchas negociaciones con el obispo, acabó en manos municipales. Fue secuestrada en 1488 por el alcalde mayor del Reino de Galicia porque era necesario dedicar los beneficios que había producido dicho servicio en los últimos tres años para destinarlos a las obras del puente.

La maleza es uno de los problemas que padece este monumento. FOTO: J.M.G.
La maleza es uno de los problemas que padece este monumento. FOTO: J.M.G.

   Este servicio de vado fluvial tuvo larga historia en la ciudad y se cree que finalizó cuando el puente quedó reconstruido y listo para su uso, en el siglo XVIII. En los tramos más próximos a la ciudad, el puente contó con una torre. En ese mismo lado se halla la capilla de los Remedios, destruida recientemente por un incendio y reconstruida.

A los pies del puente se ubica la capilla de Os Remedios, destruida por el fuego y reconstruida recientemente. FOTO: J.M.G.
A los pies del puente se ubica la capilla de Os Remedios, destruida por el fuego y reconstruida recientemente. FOTO: J.M.G.

   Siendo la Ponte Vella un símbolo potente de Ourense, no ha tenido el cuidado que se merece, pues con frecuencia es pasto de la vegetación que crece abundante y frondosa entre sus piedras. El monumento presenta algunos defectos que se le manifiestan con el paso de los años y padece, aún siendo BIC, el paso de la N-120 bajo su primer arco, en la margen izquierda del río.

Dibujo de cómo se pensaba hacer pasar la N-120 bajo el histórico puente, destruyendo uno de sus arcos, lo que por suerte no se hizo realidad. FOTO: J.M.G. del folleto "Accesos a Galicia", del MOPU, 1 de enero de 1971.
Dibujo de cómo se pensaba hacer pasar la N-120 bajo el histórico puente, destruyendo uno de sus arcos, lo que por suerte no se hizo realidad. FOTO: J.M.G. del folleto «Accesos a Galicia», del MOPU, 1 de enero de 1971.

   El crecimiento urbano desnaturalizó su entorno inmediato, rodeado de edificios y de alguna construcción aneja, a muy poca distancia de la noble obra, como una caseta del sistema de depuración. Este mes de septiembre la Xunta de Galicia decidió actuar en este puente mejorando su aspecto sin vegetación, eliminando tuberías de agua que pasan por dicha obra, mejorando su iluminación y el entorno.

   El presupuesto anunciado por las consellerías de Cultura y Medio Ambiente se acerca al millón de euros. Se contemplan dos fases, una de 520.000 euros para trabajar entre loque queda del 2015 y el 2016, en la que se mejorará el pavimento y se dotará al monumento de mejor iluminación. Para la segunda fase quedará la mejora del entorno y de las inmediaciones de este gigante sobre el Miño, en su entronque con la margen izquierda, es decir, en el lado de la capilla de Os Remedios.

Detalle de uno de los cubos que refuerzan el puente. FOTO: J.M.G.
Detalle de uno de los cubos que refuerzan el puente. FOTO: J.M.G.

   Pasear por este puente permite comprobar su grandeza, la de un elemento importante del patrimonio monumental de Ourense, fábrica irrepetible sin la cual la ciudad perdería una parte fundamental de su entidad. Tanto con luz solar como con iluminación nocturna, la Ponte Vella es una bella estampa que encierra entre sus piedras el alma ourensana por siglos y ennoblece la ciudad a los ojos de cuantos forasteros circulan por carretera y la contemplan majestuosa sobre el siempre vivo río de aguas revueltas.

   Paso bimilenario sobre el más largo río de Galicia, cuyas aguas discurren al son de la impronta cultural que han producido y producen sus tierras. Mucha sabiduría y no menos belleza. Uvas, piedra, pesqueiras, arte del más granado ingenio humano salpicado

Publicado enOurensePatrimonioRestauración monumental

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