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Juguetes mecánicos en el Ourense rural del XVII

Portada original del libro. FOTO: J. M. G.
Portada original del libro. FOTO: J. M. G.

JESÚS MANUEL GARCÍA. Hubo en el siglo XVII, en una remota aldea de la actual provincia de Ourense lindante con Portugal, un párroco que, aparte de su oficio, fue muy conocido en la Corte por su gran afición: construir autómatas y juguetes mecánicos. Hablamos de Domingo Martínez de Presa quien escribió la obra Fuerza del Ingenio Humano e inventiva suya, publicada en Madrid en 1662. Su libro estuvo siglos perdido hasta que fue descubierto en las entrañas de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid por Mercedes Cabello Martín. La pequeña obra es el único ejemplar localizado en el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico, procedente de la Librería del Noviciado de la Compañía de Jesús de Madrid y que se guarda en la mencionada biblioteca complutense. Estamos hablando de una obra que no se halla en ninguna de las grandes bibliotecas del mundo.

   La importancia del libro radica en tratarse del primero en España en su género, ahora reeditado a partir del único ejemplar conocido. Claro que para su reedición Cabello no encontró editor en España teniendo que seguir buscando hasta dar con una empresa champañera francesa, la de Henri Abelé de Reims, que financió la edición. Mercedes Cabello nos presenta el texto original precedido de un estudio contextualizador de la misma en el que va exponiendo la idea de reproducir la figura humana mediante estatuas que la investigadora considera el precedente de los juguetes mecánicos, de las marionetas y, por supuesto, de los autómatas, vocablo que viene del griego automatos, que se mueve por sí mismo. Se sabe que los primeros autómatas de los que se tiene noticia surgieron en la época helenística pues en la ciudad de Alejandría Ctesibios, Filón de Bizancio y Herón de Alejandría establecieron los rudimentos de las técnicas hidráulicas que permitieron la construcción de autómatas y clépsidras, entre otros objetos de divertimento. Ni que decir tiene, que la historia de los autómatas está muy unida a la de la relojería, teniendo en cuenta que el reloj es un mecanismo autónomo.

Reconstrucción ideal de la caja de autómatas descrita por su autor, realizada por Almudena Cabello, arquitecto.
Reconstrucción ideal de la caja de autómatas descrita por su autor, realizada por Almudena Cabello, arquitecto.

   Pues bien, acerca del autor del libro se sabe muy poco como no sea algún dato que él mismo cuenta en el libro. Era abad de San Miguel de Feás, en el obispado de Ourense, partido judicial de Xinzo de Limia. El templo que atendía era parroquial de entrada y estaba bajo el patrocinio del Conde de Lemos. Por tanto Fernández de Presa se estrenó en aquella feligresía como cura. Hoy Feás pertenece al municipio de Calvos de Randín. Ejerció el ministerio sacerdotal allí entre los años 1645 y 1655. Como señala Mercedes Cabello, de su vida anterior nada se sabe, es un misterio. Es posible que no se ordenase en Ourense. Su vida transcurrió, dentro de lo que sabemos, entre, como él señala, la “montaña sin comunicación” y Madrid. Era licenciado por lo que se sospecha que pudo formarse en las universidades de Valladolid o Salamanca. Conocía las ciencias porque al principio de su obra se refiere a la astrología, la geometría, la cosmografía y la relojería.

   El cura incluye en su libro comentarios acerca de su estilo de vida en la aldea, a unos mil metros de altitud, con fríos potentes en invierno. Para huir del ocio, que consideraba vicioso, optó por salir de caza, jugar a las naipes, entre otros que aún perduran como el chilindrón, quinolas, pechigonga… Se sabe que el abad estuvo en Madrid pues invita al lector a visitarlo en su casa antes de regresar a Galicia y relata que tres ingenieros de la Corte acudieron a su vivienda en la capital para copiar alguno de sus ingenios “y no han podido”, dice el abad, añadiendo: “y a mi juizio ninguno en España”. Señala Cabello Martín que el ingenio del clérigo contenía un reloj hidráulico, una clépsidra, de lo que se infiere que los tres visitantes fuesen relojeros del rey y que uno de ellos se hubiese ofrecido para intermediar ante el monarca, que era Felipe IV, para mostrarle una de las cajas de autómatas. Domingo Martínez tuvo al menos relación con el Conde de Lemos, con Francisco Losada y Cadórniga, que era señor del Mosteiro, Novás y Queirugáns, y con el lector de Teología del convento de Atocha en Madrid, fray Gaspar Salgado. Los mecanos que construía eran la maravilla de unos y el temor de otros.

   Hubo miembros de la comunidad parroquial que, debido a su ignorancia, se apresuraron a denunciar al cura acusándolo de hechicería porque no podían entender cómo una culebra metálica se podía mover por sí sola. Tales denuncias llegaron a la Inquisición, que actuó contra él. Recuerda la investigadora que en aquella época se perseguía de modo especial la presencia de judaizantes, casi todos tenían origen portugués, por eso las zonas fronterizas eran muy visitadas por el Santo Oficio. Entre los grandes apoyos que el sacerdote tenía estaba el del obispo de Ourense, Alonso Sanvítores de la Portilla, que se mostraba maravillado con las obras mecánicas del abad de Feás. El prelado quedó muy impresionado cuando en 1659 vio una de las cajas de autómatas. Y en todas partes hablaba muy bien del cura. Nuestro protagonista murió el 14 de junio de 1665. Para acabar con la envidia, para rehabilitar su nombre y para que otros se animaran a emprender cosas mayores, Domingo Martínez de Presa decidió escribir el libro que nos ocupa, que pasó por la imprenta madrileña de José Fernández de Buendía, en los últimos años de 1662, como dice Cabello Martín. Esta obra tiene 24 hojas, 8 sin numeración y 16 foliadas. La obra comienza con dedicatoria al Conde de Andrade, sigue la aprobación de fray Gaspar Salgado, lector de Teología en el convento de Nuestra Señora de Atocha; la licencia del ordinario don García de Velasco, vicario de Madrid; la aprobación de fray Ignacio González de la Orden de San Agustín; la suma de la tasa; la fe del corrector y los poemas preliminares.

   El texto propio de la obra consta de una advertencia al lector y a continuación relata los ingenios de su autoría “jamás oídos antes”. ¿Qué ingenios son esos? Cinco instrumentos musicales y dos cajas de autómatas que, según Cabello Martín, se basan en la hidráulica de Herón. Los instrumentos de música tenían cuerdas pulsadas a través de mecanismos hidráulicos de ruedas. Cambiando una sola pieza, el autor del libro señala que era posible “mudar de son”.

   A los relojeros de la Corte les maravilló sobremanera la clépsidra que se activaba con los mecanismos que producían la música. También construyó cajas de autómatas dotadas de música causada por aire, la “música sonora” que decía Martínez de Presa. Otra caja funcionaba a base de pesas y muelles que se accionaban con una cuerda, de modo parecido a los relojes. Apunta Mercedes Cabello que “si no fuera porque fue publicado más de cien años antes, podríamos pensar que Cristóbal de Villalón se refería a este artificio cuando escribió”. Martínez de Presa ideo otra serie de objetos a modo de juguetes: una culebra que se desenroscaba y corría, un personaje que danzaba gracias a las vibraciones de un instrumento musical; una muñeca que corría sola a entregar un papel. Agradecemos la amabilidad de Mercedes Cabello Martín por habernos obsequiado con un ejemplar de este interesante libro, del que tuvimos ocasión de darlo a conocer en primicia en la prensa escrita en su momento y que hoy traemos a este medio como homenaje a un ourensano ilustre por su ingenio.

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