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OPINIÓN: El alma de Galicia

                                         JESÚS MANUEL GARCÍA
Hace unas semanas, coincidiendo con la tradicional romería de Santa Marta de Ribarteme, en el municipio pontevedrés de As Neves, saltó la chispa de las opiniones varias en las redes, ante la imagen periodística de una señora introducida en un ataúd, ataviada con gafas de sol y abanico. Muchas de las opiniones mostraban su oposición hacia esta tradición. No pocos la consideran anacrónica, propia de un país subdesarrollado, no acorde con los tiempos, molesta porque se refiere a la muerte, incómoda porque ofrece la evidencia de ver los ataúdes en plena procesión, por el medio del pueblo, camino de la iglesia. Para otros, esto no es cultura, según no dudaron en escribir. Y todo ello, sin contar los comentarios en contra de todo cuando se relacione con la Iglesia.

Aquí no vamos a hacer apostolado de nada porque no es nuestra misión, pero sí una reflexión. Independientemente de tus creencias religiosas, la romería de Santa Marta de Ribarteme no es un acto cualquiera, y mucho menos, ajeno a la cultura. Sostener lo contrario equivale a desconocer el alma de Galicia, donde la muerte se ve, como mors janua vitae, es decir, como puerta de la vida, como cambio profundo que el ser humano debe sufrir debido a la iniciación.

Sabido es que la cultura de la muerte en Galicia, muy bien estudiada por varios autores, resulta singular dado su gran arraigo en nuestro pueblo. Léase, por ejemplo, a Lisón Tolosana y véase la tradición rural de cumplir la promesa de alguien que se muere porque no pudo satisfacerla en vida, yendo a una romería. Nada menos que, señala el autor, “algún familiar próximo puede requerirla en la tumba para que invisiblemente salga y acompañe al vivo en el peregrinaje que ha de hacer. Es necesario advertirle continuamente los cambios de dirección, subidas, bajadas y demás movimientos diferentes del recorrido para que no quede extraviado el difunto o siga otro camino”(1). Este mismo autor cuenta otro caso registrado en un pazo de Lobios, donde a una mujer le pusieron el hábito al morir, y un mes después los vecinos la veían a medianoche buscando auxilio para que la despojasen del hábito, porque no podía entrar ni en el cielo ni en el infierno.

Mandianes indica que los gallegos concebían la enfermedad como una ruptura del orden, concepción, indica el antropólogo, que podría estar en los cimientos de la tan extendida costumbre de acudir a los curanderos en vez de al médico (2). El anuncio de la muerte se le aparece a los familiares femeninos de quien va a morir: “Os anuncios da morte son sonoros, xeralmente ruídos”. Becoña Iglesias recuerda que en Galicia, como en otras zonas, son frecuentes los augurios y las premoniciones de muerte, tema muy estudiado, constituyen un substrato social evidente. Y además, en Galicia, con la muerte física no remata todo puesto que queda el alma del difunto por las señales que este transmite (3).

Pero si quienes tiran piedras contra la tradición celebrada en Ribarteme conociesen, además, el libro Crítica da razón galega. Entre o nós-mesmos e o nós-outros, de Marcial Gondar Portasany, verían que dedica un capítulo al ritual de esa procesión de ofrecidos portados en ataúdes, en una romería como forma de “peregrinación da identidade”. Porque la identidad gallega se realiza en, por ejemplo, estas celebraciones. Quien haya estado en peligro de muerte, o quien se encontraba muy enfermo, prometía a Santa Marta ir a la romería en un ataúd. También puede ir vestido con mortaja y portando una vela. Todo empieza días antes, pues hay que buscar romeros, adquirir la caja o alquilarla y a partir de ahí sigue una serie de ritos que deben cumplirse. Los romeros van cantando una serie de coplas, dice Gondar, “cunha cadencia semitonada que recorda a música mozárabe”(4). A la comitiva se suman vecinos que la observan con respeto mientras el sacristán toca a difunto hasta que el ataúd de estos vivos entre en el santuario. Al salir del templo, los ofrecidos lo hacen a pie, organizándose una procesión en la que las cajas son portadas vacías delante de cada ofrecido. Todo esto, colisiona con el concepto abstracto de la persona, propio de la sociedad modernizada y sin embargo forma parte del patrimonio cultural gallego y deja ver, además, la genialidad de la mentalidad rural por la que, en vez de someter el cuerpo al mundo espiritual según la teología cristiana, “o paisano combinou sempre a purificación da alma co desafogo do corpo” sellado con esa frase lapidaria, que felizmente registra Gondar: “O caso e non facer mal a ninguén”(5).

Demasiada cultura, demasiada antropología, demasiada etnografía como para echar por tierra con exabruptos la romería de Santa Marta de Ribarteme. Por eso antes de criticar sin fundamento ni base alguna, hay que informarse, para tener opinión y prescindir de la pasión visceral, haciendo gala de una falta de conocimiento del alma gallega. No es cuestión baladí. Detrás de esa imagen para algunos molesta, hay mucha antropología cultural, mucha sustancia que da personalidad al ser de Galicia. No es cuestión de intentar despacharla con un improperio o eliminándole el calificativo de cultural, que tan propio le resulta. Por ello conviene llamar la atención ante la ligereza con la que algunas personas despachan a veces elementos propios de nuestra cultura, de nuestra identidad, con vacuidad y ridiculez.

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(1) LISÓN TOLOSANA, C.: Brujería, estructura social y simbolismo  Galicia, Madrid, Akal Universitaria, 1983, p. 366.
(2) ANTÓN, F. Mª.; MANDIANES CASTRO, M.: O ciclo da vida, Vigo, Ir Indo, 1998, pp. 123, 131.
(3) BECOÑA IGLESIAS, E.: La Santa Compaña, el urco y los muertos, A Coruña, Elisardo Becoña, 1982, p. 10.
(4) GONDAR PORTASANY, M.: Op. cit., p. 134.
(5) Ibidem, p. 148.

Publicado enAntropologíaGaliciaHumanidadesOpiniónPatrimonio

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