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Oriente versus Occidente en el Edificio España de Madrid

JESÚS MANUEL GARCÍA. Asistimos estos días a la noticia de que el propietario chino del emblemático Edificio España, en Madrid, quiere demolerlo y reconstruirlo con el mismo aspecto. Se trata del grupo asiático Wanda, cuyos responsables consideran inviable que se puedan mantener la fachada principal y las laterales de este rascacielos. El interés del propietario parece colisionar con la legislación sobre patrimonio española, en este caso de la Comunidad de Madrid y refleja, a priori, dos concepciones diferentes de conservar los bienes del patrimonio cultural.

   Alexander Stille señala que tanto en China como en Japón, entre otras culturas del continente asiático, hay una vieja tradición en copiar y reconstruir obras artísticas y monumentos para conservarlos, según palabras de Michele Cordaro, director del Instituto Central de Conservación de Italia. Este hombre se llevó la gran sorpresa cuando en una visita a las esculturas de los soldados de terracota a las afueras de Xi’an, sus colegas chinos le invitaron a ver un almacén en el que se producían réplicas exactas de aquellos guerreros milenarios. La reproducción, amparada por el gobierno de Pekín, era muy realista.

   Hasta hace unos años en China tenía sentido conservar casas, templos o palacios reconstruyéndolos cada cierto tiempo debido a que se levantaban empleando materiales perecederos como la madera. Stille nos habla de algo similar en Japón, donde se ubica el santuario sintoísta de Ise, que data del siglo VII de nuestra era. En aquel entonces se construyó el edificio original, que se fue reconstruyendo cada veinte años, previo ritual de su destrucción previa. Los nipones están convencidos de que este templo tiene mil años de antigüedad, aunque el edificio que contemplan se levante cada dos décadas. En los dos casos expuestos se deduce fácilmente que en sus respectivas sociedades y culturas se ve la copia como un acto de respeto, de reverencia y no como una acción que acaba con la originalidad del edificio. Concuerda con la concepción o visión cíclica que del tiempo tienen chinos y japoneses.

   En China no pocas ciudades surgieron de la noche a la mañana, pues enseguida colocan las grúas para levantar nuevos inmuebles donde antes había casas viejas. Al contrario que ellos, los ciudadanos de Occidente siempre han procurado la permanencia de las obras de arte, bien mediante la piedra, el mármol, las técnicas pictóricas y la construcción de edificios utilizando la piedra con la intención de que dichas obras duren por siempre. Todo esto se halla conectado con lo que Karlfried Graf Dürckheim denomina la cultura de la quietud, en este caso referida al Japón. Pero sus reflexiones tienen idéntico valor generalizando a Oriente donde nuestra cultura occidental se ve muy materialista, que defiende la libertad de espíritu frente a la naturaleza, porque precisamente la cultura occidental es la de la producción, expuesta a las fuerzas amenazantes de nuestra vida «contra las que lucha espiritualmente, intentando asegurar la dignidad y la libertad del hombre autónomo en un reino perdurable». En Oriente su cultura coexiste o hace que el ser humano acepte coexistir con los peligros, sometiéndose a la ley de los cambios y aspirando a la perfección.

Fachada principal del Edificio España. FOTO: V. Escudero
Fachada principal del Edificio España. FOTO: V. Escudero

  Tirar el Edificio España y levantarlo de nuevo, por mucho detalle que se ponga en el empeño, supondría borrar del mapa para siempre ese edificio original. Levantarían otro igual que el antiguo, pero ya no sería lo mismo. Y no se trata de un edificio cualquiera sino de una referencia en el paisaje urbano de Madrid. El rascacielos precisa muchas mejoras que posiblemente puedan ser afrontadas en todo su interior, respetando las fachadas. Llegamos aquí a lo que se conoce técnicamente como fachadismo, es decir, se pasa de la reconstrucción derivada de catástrofes naturales o guerras, en las que se conserva la fachada como documento a, como señala Troitiño Vinuesa, a emplear el fachadismo como «un acto de demolición premeditada asociada al deseo de respetar, aparentemente, la ciudad heredada». Este autor sostiene que al aparecer en escena los ayuntamientos democráticos desde 1979, fueron surgiendo nuevas políticas urbanas para conservar, recuperar la ciudad heredada, concepto este que le parece más amplio que el de casco histórico, utilizando, según él, una visión espacial restrictiva. Belén María Castro nos dice que en la aceptación del fachadismo se han dos corrientes distintas: «Mientras que el contrafachadismo se apoya en valores filantrópicos, basados en el amor por un lugar que implica identificación y continuidad de tradiciones, el profachadismo defiende valores monumentales, representativos y memoriales simbólicos». Añade esta investigadora que el punto neutral en esta cuestión entre ambas posturas se defiende partiendo de «valores de calidad de vida, estéticos y cognitivos». Y es aquí, al decir de Catacuzino, que el fachadismo se puede admitir si el nuevo edificio se diseña «con el espíritu de» y «para relacionarse con la fachada conservada», detalle este, precisa Castro, que se ignora en los procesos de planificación.

   En España son precedentes del fachadismo, como ha estudiado Belén María Castro, las reformas proyectadas por Francisco Pons-Sorolla. Fue en la Transición cuando se produjeron numerosos vaciados de edificios para adaptarlos a las nuevas oficinas de la Administración tanto estatal como autonómica. En Madrid se pueden citar, entre otros, el vaciado de la sede antigua del ABC, que hoy es un centro comercial; el de la sede del PSOE en Ferraz; o el Museo Thyssen, adaptado para esta actividad cultural. Vaciados hubo también en Barcelona y en Sevilla. En esta última urbe eliminaron patios interiores en el Barrio de Santa Cruz lo que contribuyó a perder un microclima local.

    La construcción  del Edificio España comenzó en el año 1947 bajo las trazas de los hermanos Joaquín y Julián Otamendi Machimbarrena. Concibieron el rascacielos como una ciudad autosuficiente dotándolo de hotel, oficinas, un centro comercial y piscinas en la terraza superior, lo que en el Madrid de la época era algo jamás visto, un lujo extraordinario. Fue construido por la Compañía Inmobiliaria Metropolitana y en su estructura se empleó el hormigón armado. El edificio dispone de 32 ascensores. Está construido en varios volúmenes que le proporcionan un aspecto piramidal, algo similar a las construcciones estalinistas de aquellos años, que se caracterizan por una simetría potente con decoración sencilla, como dice Cerra de la Vega.

    Dado el éxito que tuvo este primer rascacielos en la capital de España, los mismos hermanos autores de los planos idearon la no menos conocida Torre de Madrid, ubicada de igual modo en la Plaza de España. Corría el año de 1954. Este edificio es más alto que el anterior, pues posee 35 plantas con capacidad para 500 oficinas y medio centenar de viviendas. Fue el más alto de España y hasta los años 50 su estructura de hormigón armado estuvo considerada como la más elevada del mundo, con sus 142 metros. Desde 1947, pues, el Edificio España primero y la Torre de Madrid después, han configurado una de las estampas más conocidas del Madrid moderno que se reconstruía con arquitecturas repletas de aires de grandeza, la que propugnaba el nuevo régimen del dictador. Como la fachada principal del Edificio España da a poniente, el gobierno de la época pretendía proporcionar así un telón ornamental urbano al cielo velazqueño de Madrid, aportando, por otra parte, a dicho frente, un elemento decorativo alusivo al barroco madrileño, como sucede con la fachada del más antiguo edificio de la Telefónica, en la cercana Gran Vía. Por ello, la legislación patrimonial española no deja que los dueños nuevos del España lo tiren por completo.

    En Galicia hay otro caso aunque no igual que el madrileño. Nos referimos a la torre del Hospital Xeral de Vigo, otro icono urbano desde mediados del siglo XX que en unos meses quedará sin actividad hospitalaria. Son 17 plantas más el cuerpo bajo horizontal de toda esa zona más antigua del hospital, que se cerrará. Todavía está en el aire el uso que se dará a esa estructura. Se hablaba de reformarla para adaptarla a las oficinas de la Seguridad Social, pero todo parece indicar que el Estado prefiere gastar millones de euros en levantar un nuevo edificio de oficinas en el terreno que fue de la Metalúrgica, en la avenida García Barbón, donde se conserva la fachada principal de aquella antigua factoría. La calidad de la torre del Xeral al parecer no es buena, las fachadas han sido revestidas de unas planchas que rebajaron son sus líneas horizontales el acento vertical de este rascacielos gallego. Si se deja sin uso, acabará estropeándose más y caerá por sí mismo; si lo recuperan y lo reaprovechan, Vigo continuará manteniendo ese punto de referencia que fue y sigue siendo la torre hospitalaria que actúa como un eje en la línea de cielo de la urbe gallega, especialmente si se contempla desde la orilla norte de su ría. La primera piedra se colocó en los últimos días de agosto de 1941. En el año 1949, al ser firmado el proyecto en Madrid, se proponía una edificación de 19 plantas con capacidad para 250 camas. Esta torre marcó un hito en la construcción de hospitales en España, fue una de las antiguas residencias sanitarias más grandes del país, aspecto que se cuidó bien de expandir la propaganda del régimen. El edificio original fue diseñado por el arquitecto Martín José Marcide.

Publicado enMadridPatrimonio

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