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Un libro rescata la figura del clérigo liberal Juan Manuel Bedoya en la España del XIX

José Ramón Hernández Figueiredo es el autor de esta importante investigación que rescata del olvido la vida y la obra de Bedoya. FOTO: J.M.G.
José Ramón Hernández Figueiredo es el autor de esta importante investigación que rescata del olvido la vida y la obra de Bedoya. FOTO: J.M.G.

JESÚS MANUEL GARCÍA. Juan Manuel Bedoya es el protagonista de la monografía que acaba de publicar el sacerdote e investigador ourensano, José Ramón Hernández Figueiredo bajo el título El deán Juan Manuel Bedoya (1770-1850). Proceso inquisitorial a sus escritos liberales, en edición del propio autor. Es objetivo de esta investigación, dice Hernández, ahondar en el conocimiento de los componentes del círculo de eclesiásticos reformistas, «al divulgar la figura del deán Juan Manuel Bedoya quien fue tildado como ‘liberal’ por los hombres de su tiempo, lo que le supuso no pocas incomprensiones y sufrimientos”. Bedoya participó en los acontecimientos más sobresalientes de la Iglesia del siglo XIX, tanto a nivel local como nacional. Se encuadra, dice Hernández, en ese círculo de “sacerdotes liberales, cualitativamente importante en los orígenes del liberalismo español, que demuestra la existencia de tendencias reformistas dentro del clero”. Eran clérigos que proponían la participación en actos civiles y sociales “y desde la prensa escrita un tipo ideal para la Iglesia española”.

Portada del libro con la vida y obra de Bedoya. FOTO: J.M.G.
Portada del libro con la vida y obra de Bedoya. FOTO: J.M.G.

   Bedoya vivió en un período de transición del Antiguo Régimen a la España Liberal, o lo que es lo mismo, desde el fin de la Edad Moderna a los albores de la Edad Contemporánea. Defendía una Iglesia que estuviera atenta a la caridad y al amor, valores evangélicos, pero también que fuese “defensora de la igualdad, el civismo, la fraternidad y la libertad”. Sus sermones incluían loas a la libertad, compatible con la doctrina de la Iglesia, “procuraban educar al pueblo en los principios constitucionales y se esforzaban en deshacer la objeción de que la libertad era sinónimo de libertinaje”. Abogaba, además, por una Iglesia más espiritual y pobre, muy tolerante y que mimase más las virtudes interiores que las externas. Tales escritos fueron revisados y estudiados por la censura. Aquella religiosidad liberal que se defendía, entre otros, por Bedoya, apostaba por una Iglesia que tuviese solo lo necesario para mantener digno el culto y para que los sacerdotes pudiesen vivir con decencia, sin miseria y sin desigualdades y que los sermones dejasen de estar redactados con expresiones de difícil comprensión o incluso con un lenguaje barroco, además de prescindir de toda señal de folclorismo.

   Fue Bedoya un liberal que supo leer las señales del tiempo que le tocó vivir. La reforma que necesitaba la Iglesia llegaría impuesta desde fuera, desde el Estado liberal. Hay que tener en cuenta, como apunta el autor, que un detalle importante de la Iglesia española del Antiguo Régimen que pasaba al Estado liberal era el de la violencia “no solo jurídica o legal”. El haberse roto las relaciones entre Madrid y Roma “prefiguró la desembocadura del camino iniciado en materia religiosa por los gabinetes de la Regencia”.

Este retrato de Juan Manuel Bedoya pertenece a la obra "Memorias históricas de Berlanga". FOTO: J.M.G.
Este retrato de Juan Manuel Bedoya pertenece a la obra «Memorias históricas de Berlanga». FOTO: J.M.G.

   Juan Manuel Bedoya nació el 25 de junio de 1770 en el pueblo de Serna de Argüero, Reinosa, Cantabria. A Ourense llegó el 4 de diciembre de 1815 a sus 45 años, como canónigo de la catedral. Lo había enviado Fernando VII como castigo por su ideología liberal. Era licenciado y doctor en Teología por la universidad de Osma, ocupó el puesto de canónigo lectoral en Berlanga de Duero; lectoral y penitenciario en la Real Colegiata de San Ildefonso; canónico en la catedral de Málaga, sin llegar a posesionarse del cargo; honorario de la Rota, miembro calificador de la Suprema y General Inquisición y miembro de la Real Academia de la Historia, de la que fue académico correspondiente, a partir de junio de 1816. Entró en Ourense procedente de Pontevedra, ciudad en la que había desembarcado tras una travesía desde Sanlucar de Barrameda.

   En Ourense, diócesis y ciudad apartadas de las grandes rutas, se sintió desterrado pero pronto contó con el favor del obispo, el cardenal Pedro de Quevedo y Quintano (1776-1818), considerado primera figura episcopal en la Restauración del Antiguo Régimen español. Le abrió sus brazos y lo invitó a formar parte de su tertulia vespertina en palacio. Aún así, Bedoya anhelaba un puesto de canónigo más arriba y para ello opositó en Santiago. No consiguió la plaza pues el arzobispo favoreció a su candidato. Bedoya escribió un libro en latín para hablar de las oposiciones a prebendas de oficio, donde dice que esos cargos deben recaer en las personas más devotas y formadas. Aprovecha igualmente para criticar el proceso opositor vivido por él y sufrido en Santiago.

  A la vuelta a Ourense fue nombrado secretario capitular y tal era su valía que el cardenal Quevedo la tuvo en cuenta y fue nombrado canónigo cardenal. La dignidad cardenalicia en los canónigos se extinguió en el año 1851 por el Concordato. Era un honor que se había concedido en la Edad Media a la catedral compostelana, dignidad que también se concedió a la catedral ourensana que en tantos aspectos quiso parecerse a la compostelana. Y así hubo en Ourense ocho canónigos cardenales. Hernández nos dice que la primera noticia de cardenales en la catedral de Ourense data del año 1304.

   Esta monografía nos va mostrando la vida y obra del protagonista a la vez que salen a escena los obispos de la época, como Pedro de Quevedo, o Dámaso Iglesias y Lago. Se nos presenta la vida en la ciudad, en el cabildo, en el palacio episcopal; se describen los funerales de ambos obispos, sus entradas en la ciudad y detalles de interés como la traída a Ourense de las piezas de mármol en cajones desde Italia para montar en la capilla mayor catedralicia el actual sepulcro del cardenal Quevedo. También se habla del proyecto del obispo Dámaso para cambiar la capilla mayor de la catedral dotándola de un aire neoclásico que por suerte se quedó reducido al sepulcro del cardenal.

Oración fúnebre compuesta por Bedoya con motivo de las honras fúnebres del cardenal Quevedo en la catedral ourensana. Archivo J.M.G.
Oración fúnebre compuesta por Bedoya con motivo de las honras fúnebres del cardenal Quevedo en la catedral ourensana. Archivo J.M.G.

   El cardenal Quevedo estuvo en la máxima magistratura del Estado hasta que se constituyeron las Cortes de Cádiz. Él criticó los medios que Napoleón utilizaba “para curar a la enferma España”, dudaba de la libertad de las renuncias hechas por los reyes e infantes borbones y pidió que se retificasen estando libres de coacciones y temores. Quevedo acabó siendo confinado primero en Cádiz y después desterrado de España, refugiándose en Tourem, que pertenecía al Couto Mixto, que eclesiásticamente dependía de Ourense.

   José Ramón Hernández demuestra en este importante trabajo el rigor de su investigación, aportando copiosa documentación a lo largo de 510 páginas. Gracias a este trabajo es posible conocer mucho mejor al insigne canónigo cuyo nombre lleva hoy una céntrica calle de la ciudad. La lectura del libro se hace enriquecedora pues permite ir conociendo el liberalismo desde esta ciudad y desde el deán. Al fallecer el obispo Dámaso, la diócesis ourensana estuvo vacante durante siete años. Juan Manuel Bedoya fue nombrado gobernador eclesiástico del obispado. El trabajo llevado a cabo fue de tal satisfacción que resultó ser propuesto en dos ocasiones para ocupar la cátedra episcopal de la sede auriense. Él la rechazó por su avanzada edad y por no sentirse con fuerzas para el cargo. Si llegara a aceptar, sería una novedad elegir obispo de Ourense a un miembro del cabildo, algo que no se llevaba a cabo desde la Edad Media, concretamente desde el Cisma de Occidente.

   Al no aceptar la mitra Bedoya, fue nombrado obispo para Ourense Pedro de Zarandía. Bedoya vivía retirado en su casa, ubicada en la calle San Pedro. Regaló al cabildo un mapa de Galicia el famoso mapa de Fontán, compuesto en doce cuadros enmarcados. La condición que ponía es que el mapa seguiría en su vivienda mientras él viviese.

   En el libro se describe su funeral y entierro en la catedral. En la actualidad se desconoce dónde estaba la tumba de este deán. Cuando en los años treinta del siglo XX se retiró el coro de la nave central se abrieron algunas tumbas y en la de Bedoya nada había, pues el cuerpo había sido destruido por completo gracias a la cal viva que introdujeron en la fosa el día del sepelio. Nos queda la lápida que está ubicada en una capilla de la girola, junto al Cristo de los Desamparados.

   Por sus ideas liberales, Bedoya sufrió acusaciones y acoso en Ourense y fue desterrado a San Clodio de O Ribeiro, luego al monasterio de Trandeiras y aún estuvo en el de San Esteban. Bedoya se dedicó a escribir. Tras un denso proceso contra él le llegó el indulto en 1828, siendo rehabilitado por el obispo para seguir ejerciendo el ministerio sacerdotal y continuar siendo canónigo cardenal. Bedoya se acercaba a los 60 años.

   La presentación de este trabajo va a tener lugar el día 26 de este mes de noviembre, a las ocho de la tarde, en el salón de actos del Centro Cultural Marcos Valcárcel. Asistirán el autor de la investigación, el del prólogo que le escribió el deán honorario de la catedral, Serafín Marqués y el obispo de Ourense, Leonardo Lemos Montanet.

   El autor ha publicado con anterioridad algunas obras encuadradas en la época de Bedoya, una dedicada al cardenal Quevedo y otra, a documentos del deán. Tales obras son:

HERNÁNDEZ FIGUEIREDO, J. R. : El cardenal Pedro de Quevedo y Quintano en las Cortes de Cádiz, Madrid, BAC, 2012.

Actas inéditas del deán Juan Manuel Bedoya, durante su elección como gobernador eclesiástico de Ourense en sede vacante (1841-1847), Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 2013.

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