JESÚS MANUEL GARCÍA. Iniciamos una nueva etapa por las cubiertas de la catedral de Ourense. En esta ocasión completamos el recorrido externo en la cabecera del templo y en los muros orientales de los brazos norte y sur del crucero. Para llegar a esa zona el único camino es la escalera que lleva desde la calle o bien desde la sacristía mayor a la vivienda del sacristán. A través de ella salimos, como si fuese una terraza, a la cubierta del deambulatorio, que en efecto es aterrazada, con unas baldosas especiales que permiten la absorción del agua pluvial.
Nos ponemos justo delante del ábside mayor, el único que se conserva de los cinco medievales, y observamos, en primer lugar, que remata en una sucesión de arquillos cuyos canecillos muestran motivos geométricos y vegetales. Sobre esos arquitos están las tejas que protegen el ábside, tejas que convergen en el rosetón de ocho círculos, que da luz a la capilla mayor y que se ha convertido en el logotipo de las tiendas del centro histórico de Ourense. Las tejas convergen no debajo del rosetón sino dentro de la parte inferior de este. No es un fallo sino que bajo las tejas la piedra que las sujeta tiene esa forma redondeada por lo que es probable que las tejas, desde la Edad Media, llegasen a ese punto del gran círculo de levante.
Sobre el rosetón, la cabecera catedralicia se eleva unos centímetros y muestra su cubierta a dos aguas, con una piedra trabajada al modo vegetal justo encima del círculo. En los aleros del tejado se ven bolas decorativas. En el muro se aprecian señales de una cubierta inferior que bien pudo deberse al antiguo tejado que hubo en esa zona, y que fue retirado en la gran restauración dirigida por Francisco Pons-Sorolla a mediados del siglo XX. Para aguantar la presión de la bóveda ojival de la capilla mayor son necesarios contrafuertes, que los vemos en la obra románica exterior, que van unidos por arcos formando tres tramos en el muro sur y otros tantos en el norte de dicha capilla. Pero también hay sendos arbotantes que evitan el colapso de la bóveda.
Nos situamos ahora en el ángulo formado por el muro sur de la capilla mayor y el oriental del brazo sur del crucero. Lo primero que nos llama la atención es la sobriedad o falta de ornamentación del alero del muro que cierra la capilla mayor, No hay arquillos ni canecillos. Nada, salvo una línea pétrea que nos está diciendo que posiblemente en la operación de Pons-Sorolla fue necesario eliminar restos de piedras decoradas que se encontrarían en mal estado. Si nos fijamos bien, sobre el primero de los arcos que unen contrafuertes se ven piedras decoradas que podrían ser vestigios de una sucesión de arquillos que ya no está. Y es que estamos viendo lo que queda de un canecillo liso y, a su derecha, un cuadrifolio que se correspondería con la metopa del arquillo. Sobre el segundo arco de unión de contrafuertes observamos una cara humana.
Mirando ahora hacia el muro oriental del brazo sur del crucero, observamos también los arcos que unen contrafuertes, dos se nos muestran y el tercero queda oculto debido al tejado de la vivienda del sacristán y de la sacristía mayor. Son arcos que siguen el modelo compostelano, sin duda y sobre ellos discurre una serie de canecillos decorados con figuras antropomorfas y zoomorfas. Entre ellas, a modo de metopas, vemos más ornamentación rica. Quién sabe si en la Edad Media esos canecillos soportaban arquitos. La verdad es que al fijarnos bien en las piedras sobre estos elementos parecen tener huellas redondeadas, como si ahí estuviesen tiempo atrás los arcos.
Vemos una cabeza de carnero, una serpiente, un cordero,dos personajes abrazados, un hombre sentado, con pelo curvo en su cabeza, seres híbridos, dos hombres que parecen portar mazas. En un nivel algo más superior se nos aparece una gárgola con un ser monstruoso, cuya cara es muy descriptiva. A medida que avanza esa sucesión ornamental hacia la Torre del Reloj, las piedras se ven más erosionadas y apenas de distingue ya lo que nos quieren mostrar. Hay una cabeza masculina con barba y cabello encaracolado y a su lado, otra de un varón que muestra una calva aunque conserva su cabello que le cae por detrás de las orejas y es también barbado. No faltan las cabezas de monstruos, que no pasan desapercibidas.
Lo cierto es que aquí vemos el arte y la destreza de los escultores en esta zona que fue la primera en ser construida de todo el buque que supone la catedral auriense. Observamos marcas de cantería, predominando la P aunque hay R invertida, E. En otras piedras se ve la S.
Ahora caminamos hacia el ángulo opuesto, formado por el muro norte de la capilla mayor y el oriental del brazo norte del crucero. No hay descanso para seguir maravillándonos con lo que ven nuestros ojos. La decoración del alero tiene una clara vinculación con la estética del Maestro Mateo en Compostela. Volvemos a ver decoración de canes, del intradós de los arquillos y de las metopas. Todo está decorado ciertamente. Aquí vemos hojas con eje perlado y cuyas partes terminales finalizan rizadas.
Hay un personaje que porta una maza y que alza su pie derecho, a continuación se ve una cabeza de carnero cornudo, luego una cabeza masculina con barba rizada y pelo con caracoles, hay una mujer con cuerpo de pájaro que despliega sus alas, otra cabeza masculina se sucede, aunque no de tanta calidad como la anterior. También se contempla un personaje sentado que sostiene una bola, otro ser híbrido presenta cabeza humana y cola de ave y de culebra. Se ven, además, cabezas de leones y una colección rica de hojas con nervios finos, rizadas, asimétricas, otras recortadas y hasta con una bola. No falta un centauro, una lechuza, un pájaro con cola de reptil que sujeta con el pico dos monos.
En los intradós hay bolas labradas, bustos y hasta un león de cuerpo entero. En una de las metopas se representa un círculo que se parece a una hoja en cuyo centro, otra pieza circular muestra una cruz griega. En todo el frente oriental del brazo norte del crucero se confirma la belleza y elegancia del alero, completo, y la falta de su opuesto, incompleto por efecto del desgaste de las piedras. Es para pasar horas y horas disfrutando. Y sobre el alero, otra gárgola inquietante parece estar aullando por su boca redonda tallada para el paso del agua de la lluvia y hoy sin uso. Grita su silencio, con los ojos cerrados y aire terrorífico. Uno de los canecillos es curioso por ser el único que ha sido diseñado como un rollo que luce tallos y hojas y e sus extremos se decora con sendas rosas. Hay sonrisas, hay miradas, mensajes y belleza. Todo magistralmente petrificado.
Bajo el alero, los cuatro arcos que modulan el brazo norte, siendo de mayor luz el primero. Es una fachada no carente de elegancia que no se aprecia en todo su esplendor desde la calle. El cuarto arco de unión de contrafuertes, aquí se ve muy bien, descansa sobre el contrafuerte que cierra el brazo norte en su ángulo noreste, contrafuerte que recoge al final, en lo más alto, una de las dos torrecillas defensivas del portal norte. Y en la unión de este elemento con la base de las torres circulares, vemos un detalle muy típico en esta catedral, dos capiteles sin columnas. Aún veremos en las metopas a dos hombres luchando, seres híbridos ave-animal fantástico; águila-león. Otro ser masculino se coge por la cintura mientras en otro lugar una mujer se toca la cabellera. Hay un caballo alado y un ángel incensando.
Al caminar por estas alturas nos convencemos aún más de los secretos que guarda la catedral de Ourense, tanta belleza como atesora aun en los rincomes más insospechados. Su elegancia que se resiste al paso de los siglos. En esta parte entre la capilla mayor y el brazo norte del crucero se asienta el tejado de la capilla del Santo Cristo, coronada por una elegante y clásica linterna que le remarca el aire clasicista no ajeno a ese espacio interior que bajo las tejas de despliega. Con este paseo por la cabecera, que nos permite disfrutar de perspectivas con el cimborrio en lo más alto, terminamos un recorrido iniciado el pasado verano y que nos ha llevado por todas las zonas exteriores allá, en las cumbres de la montaña hueca o sagrada de Ourense, la Casa del señor Martiño.
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